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Cada vez nos servirá menos esa acepción restringida y obso-
leta que nos hemos acostumbrado a usar de la palabra cultura,
como algo elitista. Cultura debe ser todo lo que crea y transfor-
ma, y lo que afirma nuestra identidad diversa: desde el arte y la
literatura, por supuesto, a la educación, la generación de cien-
cia y tecnología y su aplicación creativa, la defensa del medio
ambiente, y las formas de convivencia democrática, la igualdad
de géneros y la lucha contra la discriminación y la segregación
racial, distante del viejo concepto de cultura patriarcal que aún
domina las relaciones sociales.
Nuestras sociedades injustas se han erigido, precisamente, so-
bre sistemas de educación obsoletos, porque la educación im-
plantada tampoco pudo generar la democracia. Son sistemas
de educación que se quedaron para seguir intentando crear los
esplendores del desarrollo del siglo XIX, y con ellos hemos
entrado en el siglo XXI.
Hoy, las oportunidades de educación se desperdician sin efi-
cacia, y los pocos recursos disponibles se aplican mal: solo en
alumnos repitentes, que son una tercera parte de la matrícula,
Centroamérica pierde cada año cientos de millones de dólares;
solamente la mitad de los estudiantes que empiezan la primaria
la terminan; y de cada ocho niños que ingresan al primer grado,
cuatro ya no llegan al segundo. El pasado nos sigue mirando
con ojos de derrota.