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Y sin haber logrado todavía ser modernos, frente a los nuevos 
códigos de la posmodernidad somos dóciles, y nos dejamos ir 
en la corriente. Como en el pasado, tampoco ahora tenemos 
la capacidad de generar los fenómenos tecnológicos, ni de do-
minarlos en todas sus consecuencias; pero tampoco podemos 
influirlos, aun en meros términos semánticos, porque la avalan-
cha cibernética crea sus propios signos, y el lenguaje no tiene 
más que copiarlos, así como nuestros propios sistemas cultura-
les, desarticulados y empobrecidos, copian, a su vez, los instru-
mentos técnicos, y su uso. 

No producimos tecnología, lo cual marca de por sí una des-
ventaja fundamental. Pero crear tecnología, aplicarla, adoptarla 
y adaptarla, representa un desafío insoslayable frente a la ne-
cesidad de aparejar el desarrollo desigual. La modernización, 
en tiempos de posmodernidad, significa avanzar rápidamente 
sobre la acumulación de anacronismos culturales que conviven 
y sobreviven en Centroamérica bajo el disfraz de la contempo-
raneidad, y que marcan la vida económica y social. Y semejante 
puesta al día no puede darse sin la utilización, a fondo y con 
plenitud, de los instrumentos tecnológicos de la postmoderni-
dad. 

Aparejar el desarrollo desigual significa, antes que nada, es-
trechar los abismos entre los distintos segmentos de realidad 
que conviven en nuestras sociedades, aislados muchas veces en 
compartimentos, aún geográficos, con intercomunicaciones es-
porádicas y desordenadas, por muy pequeños que seamos, y