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los cárteles están mexicanizando a Centroamérica. Somos un 
puente natural para el paso de las drogas desde el sur hacia el 
norte, en busca de la frontera de los Estados Unidos. Nadie 
puede arrancarnos de nuestra posición geográfica y remolcar-
nos lejos. La mancha de aceite, o de sangre, viene extendién-
dose hacia el sur desde el río Suchiate, un verdadero hervidero 
donde se cruzan los caminos del transporte de las drogas pro-
tegido con celo criminal por los propios cárteles, de las bandas 
paramilitares de los Zetas, de las bandas que roban la droga a 
los cárteles, de los coyotes que llevan bajo paga a los inmigran-
tes pobres que buscan el pervertido sueño americano. Ninguno 
de los países centroamericanos puede juzgarse indemne de esta 
contaminación siniestra.
 
Y quizás no nos hemos dado cuenta que desde las pantallas, y 
desde las potestades informáticas, también se engendra poder, 
un poder sin marca precisa, que tampoco viene de ningún sitio 
preciso, pero emana los hilos múltiples de una red sutil, que nos 
atrapa cada día. La globalización financiera ha reducido el espa-
cio de maniobra de las economías locales, y sustituye también 
a las viejas soberanías de color local; pero el poder transforma-
dor que baja desde los satélites no tiene paralelos, y si algo nos 
recuerda es la perfección del sistema de altavoces del 

big brother 

de Orwells, para vigilarlo todo. Es un poder, al fin y al cabo, 
político, como lo es el de los cárteles del narcotráfico. Nadie ha 
elegido a quienes nos gobiernan desde los satélites, ni a quienes 
trafican con estupefacientes a través del istmo, pero en muchos 
sentidos deciden por nosotros, y nos someten a su poder.