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Uno de los sustentos de nuestra visión del mundo ha sido el pa-
sado, en la medida que hemos seguido peleando por la moder-
nidad. En el pasado encontramos siempre un amago de gloria,
o una lección que sacar, y desde su ámbito hemos creído que se
puede corregir el porvenir. Vivimos con la nostalgia de lo que
pudo haber sido y no fue.
El pasado tuvo primero que ser presente, y después conge-
larse en unas cuantas imágenes que se apagaban, pero no se
destruían. Hoy, el presente se hace pasado frente a nuestros
propios ojos en las pantallas y ya no existen acontecimientos
lejanos. Lo que tenemos cada día son epopeyas domésticas de
fulgor instantáneo, que apenas duran lo suficiente en el pre-
sente. Vemos, pero ya no sabemos. Nos informamos, pero ya
no nos formamos, y cada vez más tocamos la superficie de los
hechos, pero no metemos las manos en su entraña. El narcotrá-
fico, las masacres de emigrantes, la violencia pandillera, la trata
de blancas, el asesinato despiadado de mujeres, la corrupción, el
lavado de capitales, son parte de una telenovela diaria que entra
por un instante en nuestras vidas con su fulgor de muerte y su
olor de podredumbre, pero luego olvidamos. Es nuestra reali-
dad, por mucho que elevemos cada vez más las murallas con las
que pretendemos separarnos del mundo real.
El tráfico de las drogas colombianizó a México, multiplicando
los asesinatos y llevando al país a una verdadera guerra civil,
que en las condiciones actuales no tiene ninguna salida, y ahora