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No somos una pieza activa, sino pasiva de la globalización. La
posmodernidad está ligada a la cibernética, más que a ningún
otro concepto. Como en los viejos tiempos de Pitágoras, la
esencia del universo, y por tanto del conocimiento, ha vuelto a
ser el número, y no la letra. Es el número el que aparece otra vez
como principio y esencia de las cosas, rigiendo la armonía del
mundo. Y es el número el que crea las palabras, y las imágenes.
Desde el número, un simple par de números binarios, es que
la cibernética parte hacia la elaboración de todos sus infinitos
códigos.
Aprender, investigar, inventar, crear, leer, escribir, comunicar-
se, informarse, recrearse, opinar, nunca había dependido, como
hoy, de una sola operación, o de un conjunto de operaciones
ejecutadas a través de un solo instrumento de ámbito domés-
tico, o que podemos llevar con nosotros. Y esta posibilidad
múltiple para el individuo, transforma también las nociones de
Estado, nación, sociedad, e identidad, y las pone en crisis. Y aún
altera nuestra idea del pasado, y nuestra manera de percibir la
historia.
Hemos ligado siempre la idea de Estado a la de nación, y he-
mos supuesto una identidad centroamericana. No es una fala-
cia. Pero esa identidad está basada más en su diversidad que en
colores homogéneos. Perseguir esa identidad común ha sido
una tabla de salvación, quizás inadvertida, en medio de gran-
des tormentas. Hemos tenido identidad porque la buscamos.
La identidad está en la búsqueda. Y es un asunto antes que nada