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troamérica fragmentada no puede ser viable en el mundo global
que cada vez más estará formado por piezas integradas, como
única posibilidad de sobrevivir frente a los grandes poderes,
tradicionales, y emergentes.
Posmodernidad, ¿y la modernidad? La modernidad sigue sien-
do el sueño no resuelto de los fundadores republicanos, empe-
zando por Morazán, cuando se quiso dar a la Independencia un
sentido de progreso político, material, y moral. Quizás sería me-
jor decir que en lugar de resolver nuestro acomodo en el siglo
XXI, deberíamos terminar de resolver nuestras cuentas pen-
dientes con el siglo XIX, que fue un siglo pleno de propuestas
de modernidad, y ajustar también esas cuentas con el siglo XX,
siglo perdido del que apenas recuperamos, ya al final, el derecho
a elegir, que no deja, sin embargo, de seguir siendo malversado.
Si hablamos de modernidad, antes de hablar de posmoderni-
dad, ¿cuánto ha cambiado, en verdad, nuestro papel en la divi-
sión internacional del trabajo? La lista de nuestros productos
de exportación sigue siendo la misma que en el siglo XIX, sal-
vo uno que viene a ser ahora el primero: la mano de obra de
los emigrantes. Ganado vacuno, minerales, madera, café, cacao,
azúcar. En la mesa de la civilización, seguimos sirviendo los
postres. Las cifras de exportación crecen, porque crecen los
precios, a la par que también crecen, para nuestro mal, los del
petróleo; pero no porque crezca la productividad, ni porque
demos más valor agregado a esos mismos productos decimo-
nónicos, transformándolos.