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cultural, no una instancia política, no una ONG, no una empre-
sa productiva o comercial, no una institución financiera o una 
asociación gremial. Por supuesto que tenemos que contar con 
un modelo de gestión eficiente y sostenible, y cae por su propio 
peso que tenemos que ser socialmente responsables y no estar 
al margen de los avatares de nuestros pueblos, máxime cuan-
do esos avatares configuran crisis de gran calado como la que 
está sucediendo en nuestro país. Pero, como señala el superior 
general de los jesuitas, Adolfo Nicolás, “gestión eficiente” no 
debe equivaler a “docilidad al mercado”, y como nos advierte su 
santidad Benedicto XVI, “responsabilidad social” no significa 
“concesión al utilitarismo”. La universidad, hoy más que nunca 
debe defender su identidad.

¡Qué bueno que ha quedado atrás la “torre de marfil” o el “san-
tuario elitista para iniciados”! Pero no para asumir nuevos mo-
delos pretendidamente universitarios igualmente discutibles e 
indeseados, aunque siempre, tenemos que reconocerlo, seducto-
res y acechantes. No podemos traicionarnos y mutar de “torres 
de marfil” a “fábricas de profesionales” o a “centros de adoc-
trinamiento y dogmatismo” o a “focos de legitimación” activa 
o pasiva de sociedades irracionales y, por lo tanto, excluyentes, 
depredadoras, antidemocráticas, desgarradoras y enajenantes. 

Es pues, y debe seguir siendo la universidad, una instancia cul-
tural de índole académica y formativa. En su acta fundacional, 
esta universidad así lo afirmó y a ello se comprometió. Hemos 
procurado cumplirlo durante estos cincuenta años. Quizá con 
mayor relevancia en unos momentos que en otros, pero siempre