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una verdadera vocación de conocimiento. Esa comunidad in-
terna vive, por lo demás, en una actividad incesante, ineludible, 
que está pautada por la acumulación, la comunicación y la in-
novación en los terrenos del conocimiento. Tal actividad ha de 
contemplar ciertamente la pluralidad de saberes. La intelección 
humana ha de ser reflejo y aprehensión creativa del mundo, y 
este es variado y complejo. Y sin embargo, esa variedad, que es 
signo de nuestra obediencia a la naturaleza plural del universo, 
ha de estar conciliada con la unidad sustancial, que es propia de 
nuestra razón y de nuestra espiritualidad humana.

Es conveniente conceder la importancia debida a la unidad del 
conocimiento rectamente entendida. La ciencia y las humani-
dades en el mundo moderno se han dirigido históricamente 
hacia la especialización.  Y no sería sensato desconocer los be-
neficios que ello ha traído para el desarrollo de cada ámbito 
de investigación y reflexión específico. No obstante, es necesa-
rio reconocer también que por ese camino se ha llegado a una 
hiperespecialización que, al carecer de un centro integrador, rompe 
lo complejo del mundo en fragmentos separados y reduce a una 
dimensión lo multidimensional, de tal forma que la aprehensión 
de la realidad se torna inconsistente, en términos intelectuales, e 
irresponsable en un sentido moral.

Plural y unitaria a un tiempo, la actividad del conocimiento 
debe hallarse sustentada, pues, en principios permanentes que 
hagan justicia a la verdad y sean fieles a los objetos y procesos 
que se estudian. Es necesario, por tanto, que esta comunidad 
mantenga -por así decirlo- una ética de la sabiduría, esto es, una