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Se puede decir entonces que el ser de la universidad se ampara 
en una doble garantía: por un lado existirá el espíritu de la uni-
versidad, allí donde subsista la vocación de contemporaneidad 
frente a todo lo humano; por otro, existirá la universidad allí 
donde el saber se ofrezca como una fuente de comprensión de 
la vida misma. En el examen de su 

Rusticatio Mexicana, puede 

observarse la ambiciosa vocación totalizadora que legó a sus 
seguidores el gran jesuita y erudito Rafael Landívar. La mirada 
a los campos de México la alcanza, en efecto, desde una minu-
ciosa visión ilustrada y humanista en la que la peculiaridad de la 
tierra mexica es auscultada bajo la luz que nos ofrecen todos los 
tiempos y todos los espacios. Ahí vemos plasmada la vocación 
universitaria, en este sentido auténticamente universal y com-
prometido que define al hombre de saber.

Así pues, habiendo señalado los ejes sobre los que se sostiene 
el ser de la universidad, se hace visible la continuidad entre el 
saber y la vida moral. Todo conocimiento, en efecto, al consti-
tuir un acercamiento al ser, constituye también la toma de con-
ciencia de lo que podrá y debería ser y, por tanto, entraña una 
actitud o una disposición ante los demás y ante las cosas. 

No es concebible que conozcamos la realidad de una porción 
del mundo y a la vez reclamemos neutralidad ante los dilemas 
o consecuencias morales con los que aquella realidad nos inter-
pela. Por ello, la sabiduría a la que aspira el hombre o la mujer 
dedicados al conocimiento no consiste únicamente en que sepa 
cómo son las cosas; exige, además, que entienda las responsa-
bilidades morales que dicho conocimiento impone. El sabio, en