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Ciertamente, todo lo señalado atañe muy cercanamente -di-
ría incluso que esencialmente- a las universidades. Y es en esa
orientación de mis reflexiones que deseo ahora situar y afirmar
el vínculo entre universidad y ciudadanía, vínculo que, como
veremos, no puede ser de ninguna manera entendido como
función adjetiva, añadida, de nuestras instituciones, sino que,
por el contrario, debe ser asumido como una tarea que es con-
sustancial a toda universidad que sea consciente de su identi-
dad histórica y que sea fiel a tal identidad. Quisiera, por tanto,
dedicar unos minutos a examinar con ustedes lo que es dable
entender por tal identidad histórica o, para arriesgar un término
más cargado de sentido, lo que constituye la esencia misma de
la universidad.
La identidad universitaria
Son tiempos difíciles para la universidad, tiempos que pueden
definirse como de crisis. Gruesamente, podríamos afirmar que
el conocimiento ha perdido hoy su valor intrínseco y, en clara
orientación pragmática, se afinca en el dominio de lo utilitario,
con un marcado sentido fungible que es alentado por su creci-
miento incesante e inusitado, generado por la revolución tecno-
lógica que vivimos. La globalización, al potenciar las fuerzas del
mercado, ha propiciado que estas alcancen magnitudes insos-
pechadas en el intercambio comercial y, en clara hipertrofia, se
imponen también en la educación superior, la cual deviene, en-
tonces, en una valiosa “mercancía” manipulada por estrategias
no académicas. De ello son clara expresión las llamadas universi-
dades-empresa que cada vez parecen ganar más espacios.