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país, como Guatemala, realizarán procesos electorales median-
te los cuales tomarán decisiones sobre sus futuras autoridades.
Toda temporada electoral viene acompañada, como bien sabe-
mos, de un cierto grado de expectativas, aunque no de entusias-
mo ante la posibilidad de cambios significativos.
Sin embargo, esas expectativas se encuentran siempre en riesgo
de verse defraudadas por el agostamiento de nuestros espacios
públicos, expresado a veces en la dispersión de ofertas electora-
les con escaso compromiso real que las sostenga, y otras veces
en la repetición una y otra vez de las mismas opciones, como si
nuestras sociedades no fueran capaces de acumulación de expe-
riencias y, por ende, de aprendizaje.
Y, a pesar de todo lo dicho, los actos políticos, como lo son
los comicios, constituyen también, en potencia, interesantes es-
cuelas de democracia y de ciudadanía. Que lo sean realmente
depende en una medida nada desdeñable de que aquellos sec-
tores e instituciones de la sociedad que tienen la posibilidad y
la capacidad para convertirlas en situaciones o circunstancias
significantes inviertan en ello sus esfuerzos mediante la ense-
ñanza, la información, la crítica saludable y la reflexión innova-
dora. Es decir, el progreso de nuestra democracia depende de
que aquellas instituciones que están en posibilidad de ejercer
algún magisterio, se decidan a ponerlo en acto y atiendan así, a
sus responsabilidades como entidades cívicas en un mundo de
ciudadanos.