5

constelación de sentimientos que normalmente evocamos con 
el nombre de 

identidad.

Dicho esto, resultará más sencillo comprender en qué medi-
da puede resultar engañoso pretender que en sociedades en las 
cuales tal condición existencial sobre qué es la ciudadanía se 
encuentra poco difundida, puedan echar raíces las instituciones 
democráticas, y que la estabilidad de su ordenamiento material, 
legal, político se sostenga a lo largo del tiempo. No tenemos to-
davía democracias consolidadas por la simple y dramática razón 
de que la mayoría de latinoamericanos no son, aun, ciudadanos 
en el sentido completo y complejo que evoco. Son poseedores 
legales de derechos consagrados en sucesivas constituciones; 
pero, para los poderes constituidos, para las elites económicas 
y políticas, y para los Estados, no son todavía portadores in-
discutibles de tales derechos, sino apenas titulares formales o 
nominales de los mismos.

Esta situación marca a fuego y de manera muy concreta los 
avatares de la vida política de la región, y lastra, desde luego, 
sus oportunidades de conquistar el desarrollo, el bienestar y la 
prosperidad. La precariedad ciudadana a la que me refiero, por 
lo pronto, es el factor que subyace a nuestros mecanismos y 
procedimientos para la toma de decisiones públicas, al permitir 
que sean solo las voces de unos cuantos las que cuenten a la 
hora de adoptar tales determinaciones. 

Y es necesario llamar la atención sobre lo siguiente: el más 
amplio y conocido mecanismo de toma de decisiones son los