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La ciudadanía en América Latina
 

        

Es sabido por todos nosotros que, a pesar de que el nacimiento 
de nuestros países como repúblicas data, en algunos casos, de 
hace ya casi dos siglos, el tiempo transcurrido desde entonces 
no nos ha bastado para organizar nuestras vidas colectivas, real-
mente, de acuerdo con los preceptos del orden democrático 
elegido cuando optamos por la independencia. Los países de 
América Latina, y ciertamente Guatemala entre ellos, continúan 
siendo sociedades en deuda con sus poblaciones en lo que con-
cierne a la provisión de bienestar y, más gravemente aun, en lo 
que atañe a la simple experiencia de ser ciudadanos dotados de 
derechos plenos.

Nos hemos tardado mucho, demasiado, en entender que la pre-
cariedad política de nuestros países se explica fundamentalmen-
te por los débiles cimientos sobre los que intentamos asentar a 
nuestras instituciones. Ese cimiento, como sostendré a lo largo 
de esta disertación, no es otro que el conformado por las per-
sonas en sí mismas, por aquellas que, más allá de reglamentos y 
disposiciones legales, de autoridades electas y de constituciones 
escritas, son las llamadas a poner en acto el régimen de convi-
vencia que denominamos democrático. Como personas, todos 
poseemos, ciertamente, una constitución física y una moral, así 
como están incorporados en nuestro ser las propiedades o cali-
dades afectivas, estéticas o intelectivas. Cada una de ellas es parti-
cularmente relevante en un ámbito de nuestras vidas y se activa y 
cobra significación mayor o menor según el tipo de relación o co-
municación que estemos sosteniendo con nuestros semejantes.