REVISTA 

VOCES / Vicerrectoría de Investigación y Proyección

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cuerpos sean perceptibles como bárbaros, de raza degenerante o «discapacitados». 
No es una cosa baladí detenerse –sin las premuras de las correcciones políticas, 
incluyendo y en este caso, una precipitada llamada a la ortopedización del ojo– a 
analizar el marco o los marcos que incorporamos en nuestra relacionalidad con los 
cuerpos y los modos en que los cuerpos nos son legibles y/o nos son parlantes. 
Por aquí, considero preciso intuir una articulación de un poder de ver con el orden 
de lo visible. Y en este contexto, querría plantear a modo de interpelación cómo 
será posible destruir políticamente una visión que sociohistóricamente da por 
sentado lo que presumiblemente cuenta como «realidad corporal» en las prácticas 
del colonialismo. Es decir, el ojo, que ha sido construido para las empresas racialistas 
y «discapacitantes», juega un rol importante en el ordenamiento de las sociedades a 
partir de la pureza racial percibida primigeniamente. El ojo llega a ser fundamental en 
las prácticas del ver, del desear, del ordenar, del disciplinar y del hacer en general en 
nuestra reproducción social y en las prácticas «discapacitantes» cuando apelamos a la 
ceguera física y/o mental, al sospechar que alguien pareciera errar ante la «evidencia» 
de lo que provisionalmente cuenta como «realidad». La normalización de una visión 
dominante tiene mucho de que dar cuenta en las prácticas del «capacitismo» colonial 
en sociedades como las de Guatemala.

De lo anterior, parece que un marco de inteligibilidad dado, opera a menudo como 
limitador del campo de la percepción y como limitador de lo que puede llegar a ser 
percibido de algún modo normalizado o anormalizado. En este sentido, un marco 
funciona como modulador de una manera de ver; es decir, un modo de interpretar 
aquello que puede llegar a ser perceptible. Esta operación me parece interesante cuando 
pensamos en la regulación de la vista a partir de mecanismos estructurantes que son 
a menudo racializadores y civilizatorios; mecanismos no ajenos a un orden colonial. 
Lo que quiero decir, es que comúnmente vemos lo que vemos o dejamos de ver lo 
que dejamos de ver porque nuestra visión forma parte de un proceso de producción 
del cuerpo, y lo que ese cuerpo puede llegar a ser y a hacer. Aquí, vale mencionar que 
no estoy auspiciando un modo determinista de pensar sobre un ser ficticio o real que 
esté modelando y modulando el campo de la percepción. Lo que me parece posible 
intuir es sobre los modos en los que nos subjetivamos a través de las relaciones de 
poder; en las cuales, nuestra manera de ver queda alterada o, mejor dicho, regulada 
por un marco «dado». Para seguir con el ejemplo anterior, si para un conservador de 
la pureza de raza o un aspirante de la mejora racial, la blancura dérmica de un cuerpo 
humano deviene en cualidad inalienable de la belleza y de la civilización, entonces, su 
percepción está siendo regulada por un marco de inteligibilidad en donde la blancura 
es legible horizontalmente como capital simbólico y como perfección.