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La pena de muerte en Guatemala: un análisis íntegro y armónico conforme el derecho interno e internacional

capítulo anterior (que comprenden las inferencias que reflejan algunas teorías a favor de 

la pena de muerte), se construyen las siguientes conclusiones: 

La historia de Guatemala muestra que a nivel internacional se asumieron obligaciones 

abolicionistas de la pena de muerte: el deber jurídico de no extender la aplicación de la 

pena de muerte a delitos a los cuales no se aplique desde el momento de su vigencia, es 

decir, desde el 18 de julio de 1978 (según el artículo 4.2. de la CADH) y la obligación a 

no demorar o impedir la abolición de la pena de muerte justificándose en algún precepto 

del artículo 6 (de acuerdo con la norma jurídica 6.6. del PIDCP). 

En los casos internacionales de Fermín Ramírez y Raxcacó Reyes, ambos en contra de 

Guatemala, surgieron obligaciones específicas para el país, entre ellas, eliminar de los tipos 

penales cualquier referencia a la peligrosidad del autor por ser contraria al principio de 

legalidad, y reformar los tipos penales (201 del Código Penal para el caso concreto de 

Raxcacó Reyes) que impongan la pena de muerte a delitos que no sean los más graves o que 

omitan establecer una gradación proporcional de las penas en atención al daño causado, las 

motivaciones y circunstancias en que se cometió el delito y las condiciones personales del 

autor y de la víctima. Por lo anterior, Guatemala reconoce y está obligada a no extender la 

aplicación de la pena de muerte, porque no es un medio para que exista la justicia, ya que 

dicha sanción se traduce en un concepto de venganza

 (contra la teoría de la retribución).

La comunidad internacional, incluida Guatemala, reconocen que la persona ni su vida son 

susceptibles de cuantificarse económicamente, razón por la cual no existe fundamento 

financiero o del presupuesto del Estado que justifique la pena de muerte (contra las 

razones económicas). Tanto el artículo 4.1. de la CADH como el 6.1. del PIDCP, ambos 

aprobados y ratificados por Guatemala, reconocen que toda persona tiene derecho 

a la vida y nadie puede ser privado de la misma arbitrariamente. Qué más arbitrario 

que el pensamiento mezquino del costo para rehabilitar y resocializar al condenado. 

Si el sistema penal falla en cumplir sus fines, es responsabilidad del Estado, y no por 

ello se justifica que se aplique la pena, porque dicha sanción no disuade a ciudadano 

alguno para cometer más crímenes, afecta la dignidad del condenado y se aplicaría sobre 

la especulación de que se ejecuta para evitar que se vuelva a delinquir. Pero esto es 

una pura conjetura o especulación futura no basada en hechos actuales ni probados 

judicialmente como demandan o exigen los derechos fundamentales de todo humano, 

como la facultad inherente de audiencia, defensa y debido proceso (contra la teoría de 

la prevención general y especial). La necesidad de la población de una justicia pronta y 

cumplida que se viola constantemente y que genera inseguridad ciudadana, tampoco 

justifica la aplicación de la pena de capital, sino que es un problema que muestra la