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La pena de muerte en Guatemala: un análisis íntegro y armónico conforme el derecho interno e internacional

Los políticos conocen la necesidad de la población 

guatemalteca de la seguridad de sus personas, familias 

y bienes, razón por la cual frecuentemente se han 

construido campañas electorales ofreciendo «mano 

dura» y «aplicar nuevamente la pena capital», pues 

en el logos de algunos miembros de la sociedad aún 

se conserva en la memoria colectiva, que adquirió su 

conocimiento por la transmisión de generación en 

generación de sus recuerdos, por ejemplo cómo se 

aplicó dicha sanción en el gobierno de Jorge Ubico 

(42 personas fusiladas, el registro más alto de la 

historia del país) lo cual incidió en el comportamiento 

de la ciudadanía previniendo más delitos graves. Y 

más recientemente, también se tiene muy presente el 

fusilamiento en 1996 de dos delincuentes durante el 

gobierno de Álvaro Arzú.

que se vuelva a delinquir, pero esto es una pura 

conjetura o especulación futura no basada en 

hechos actuales ni probados judicialmente, como 

demanda o exige los derechos fundamentales 

de todo humano como la facultad inherente de 

audiencia, defensa y debido proceso (contra la 

teoría de la prevención general y especial). La 

necesidad de la población a una justicia pronta 

y cumplida que se viola constantemente y que 

genera inseguridad ciudadana, tampoco justifica 

la aplicación de la pena de capital, sino que es un 

problema que muestra la urgencia de un Estado 

en cumplir sus necesidades y servicios públicos 

básicos para el bien común de sus ciudadanos. 

Síntesis. Tan cierto es el hecho del incremento de la inseguridad ciudadana producida por actos 

criminales violentos que generan más muertes que el conflicto armado interno, como verdadero que el 

delincuente en prisión, en vez de corregirse o resocializarse, se degenera; pero que estas premisas tengan 

ese valor de veracidad, no se sigue, no se infiere que se aplique la pena de muerte, ya que una conclusión 

en sentido contrario sería inválida porque el incremento de la inseguridad es signo de una falla grave en 

la seguridad del Estado, y que el recluso se corrompa mientras cumple su condena es prueba de que el 

sistema penitenciario tiene graves deficiencias, mas una y otra cosa no equivalen ni superan el derecho a 

la vida (contra las razones económicas).

No es bueno ni válido que con apoyo en la teoría sobre la prevención especial se condene a pena capital 

al inculpado, porque se le priva de la vida sobre hechos futuros e inciertos no probados judicialmente; 

asimismo, su muerte no disuade que se cometan ilícitos, porque la violencia genera violencia, y más en 

un Estado con pobres índices de seguridad ciudadana, que provocaría que el ciudadano aplique justicia 

por su propia mano (contra las teorías de la prevención especial y general).

Tampoco es bueno ni válido que los partidos políticos, aprovechándose de la terrible inseguridad 

ciudadana, se beneficien inicuamente con una oferta política tendiente a satisfacer la seguridad con 

«mano dura» y la impunidad con «aplicar nuevamente la pena de muerte», porque ambas posturas han 

sido superadas legalmente, principalmente por los instrumentos internacionales analizados (CADH y 

PIDCP), y los políticos deben orientar sus esfuerzos en planes estructurados, sistemáticos y viables que 

se ajusten a los pilares jurídicos que han tardado años en lograr las conquistas que ahora se predican, 

pues de lo contrario no servirán para robustecer la institucionalidad ni para proveer paz, seguridad y 

justicia a la sociedad.