serán llamados hijos de Dios», dice Jesús en el Sermón de la Montaña 
(Mt 5,9). 

La paz para todos nace de la justicia de cada uno y ninguno puede 

eludir este compromiso esencial de promover la justicia, según las 
propias competencias y responsabilidades. Invito de modo particular a 
los jóvenes, que mantienen siempre viva la tensión hacia los ideales, a 
tener la paciencia y constancia de buscar la justicia y la paz, de cultivar 
el gusto por lo que es justo y verdadero, aun cuando esto pueda 
comportar sacrifi cio e ir contracorriente. 

Levantar los ojos a Dios 

6. Ante el difícil desafío que supone recorrer la vía de la justicia 

y de la paz, podemos sentirnos tentados de preguntarnos como el 
salmista: «Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el 
auxilio?» (Sal 121,1). 

Deseo decir con fuerza a todos, y particularmente a los jóvenes: 

«No son las ideologías las que salvan el mundo, sino sólo dirigir la 
mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra 
libertad, el garante de lo que es realmente bueno y auténtico [...], 
mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo tiempo, 
es el amor eterno. 

Y ¿qué puede salvarnos sino el amor?»[9]. El amor se complace en 

la verdad, es la fuerza que nos hace capaces de comprometernos con la 
verdad, la justicia, la paz, porque todo lo excusa, todo lo cree, todo lo 
espera, todo lo soporta (cf. 1 Co 13,1-13). 

Queridos jóvenes, vosotros sois un don precioso para la sociedad. 

No os dejéis vencer por el desánimo ante las difi cultades y no os 
entreguéis a las falsas soluciones, que con frecuencia se presentan como 
el camino más fácil para superar los problemas. No tengáis miedo de 
comprometeros, de hacer frente al esfuerzo y al sacrifi cio, de elegir los 

SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

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