Los responsables de la educación
2. La educación es la aventura más fascinante y difícil de la vida.
Educar –que viene de educere en latín– signifi ca conducir fuera de
sí mismos para introducirlos en la realidad, hacia una plenitud que
hace crecer a la persona. Ese proceso se nutre del encuentro de dos
libertades, la del adulto y la del joven. Requiere la responsabilidad del
discípulo, que ha de estar abierto a dejarse guiar al conocimiento de
la realidad, y la del educador, que debe de estar dispuesto a darse a sí
mismo. Por eso, los testigos auténticos, y no simples dispensadores de
reglas o informaciones, son más necesarios que nunca; testigos que
sepan ver más lejos que los demás, porque su vida abarca espacios más
amplios. El testigo es el primero en vivir el camino que propone.
¿Cuáles son los lugares donde madura una verdadera educación
en la paz y en la justicia? Ante todo la familia, puesto que los padres
son los primeros educadores. La familia es la célula originaria de
la sociedad. «En la familia es donde los hijos aprenden los valores
humanos y cristianos que permiten una convivencia constructiva
y pacífi ca. En la familia es donde se aprende la solidaridad entre
las generaciones, el respeto de las reglas, el perdón y la acogida del
otro»[1]. Ella es la primera escuela donde se recibe educación para la
justicia y la paz.
Vivimos en un mundo en el que la familia, y también la misma
vida, se ven constantemente amenazadas y, a veces, destrozadas.
Unas condiciones de trabajo a menudo poco conciliables con las
responsabilidades familiares, la preocupación por el futuro, los ritmos
de vida frenéticos, la emigración en busca de un sustento adecuado,
cuando no de la simple supervivencia, acaban por hacer difícil la
posibilidad de asegurar a los hijos uno de los bienes más preciosos: la
presencia de los padres; una presencia que les permita cada vez más
compartir el camino con ellos, para poder transmitirles esa experiencia
y cúmulo de certezas que se adquieren con los años, y que sólo se
SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
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