en la justicia y la paz», convencido de que ellos, con su entusiasmo y
su impulso hacia los ideales, pueden ofrecer al mundo una nueva
esperanza.
Mi mensaje se dirige también a los padres, las familias y a todos
los estamentos educativos y formativos, así como a los responsables en
los distintos ámbitos de la vida religiosa, social, política, económica,
cultural y de la comunicación. Prestar atención al mundo juvenil,
saber escucharlo y valorarlo, no es sólo una oportunidad, sino un
deber primario de toda la sociedad, para la construcción de un futuro
de justicia y de paz.
Se ha de transmitir a los jóvenes el aprecio por el valor positivo
de la vida, suscitando en ellos el deseo de gastarla al servicio del bien.
Éste es un deber en el que todos estamos comprometidos en primera
persona.
Las preocupaciones manifestadas en estos últimos tiempos por
muchos jóvenes en diversas regiones del mundo expresan el deseo de
mirar con fundada esperanza el futuro. En la actualidad, muchos son
los aspectos que les preocupan: el deseo de recibir una formación que
los prepare con más profundidad a afrontar la realidad, la difi cultad
de formar una familia y encontrar un puesto estable de trabajo, la
capacidad efectiva de contribuir al mundo de la política, de la cultura y
de la economía, para edifi car una sociedad con un rostro más humano
y solidario.
Es importante que estos fermentos, y el impulso idealista que
contienen, encuentren la justa atención en todos los sectores de la
sociedad. La Iglesia mira a los jóvenes con esperanza, confía en ellos
y los anima a buscar la verdad, a defender el bien común, a tener
una perspectiva abierta sobre el mundo y ojos capaces de ver «cosas
nuevas» (Is 42,9; 48,6).
EDUCAR A LOS JÓVENES EN LA JUSTICIA Y LA PAZ
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