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Ana Patricia Castillo Huertas

Revista Estudios Sociales n.

o

 83, ISSN 1409-4819, pp. 27-50

Los dos programas de crédito orientados a la producción de alimentos 

(arrendamiento y Triángulo de la Dignidad), representan un porcentaje 

significativo de participación de las mujeres, debido a políticas afirmativas 

impulsadas por el Fondo de Tierras durante los últimos años, cuando fue 

revisada su Política de Equidad de Género. Raquel Vásquez, Coordinadora 

de la Alianza de Mujeres Rurales e integrante de la Asociación de Mujeres 

Madre Tierra, señala que es pertinente considerar que los programas y 

proyectos de este tipo parten generalmente de dos premisas: 1) las mujeres 

suelen ser más responsables con el cumplimiento de los créditos, y 2) a las 

mujeres se les asigna la responsabilidad de garantizar la alimentación de la 

familia. Ella concluye señalando que

es necesario que se garantice que las mujeres participamos porque 

tenemos derecho a entrar en estos y otros programas también 

para nuestro propio bienestar, para ejercer ciudadanía y participar 

activamente en todos los espacios de decisión para la planificación 

del desarrollo rural; de manera que estos y otros programas sirvan de 

verdad para el empoderamiento de las mujeres campesinas y rurales, y 
no sólo nos genere más trabajo y responsabilidades

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.

Desde esta perspectiva, las mujeres rurales y campesinas demandan el 

acceso a la tierra; sin embargo, los datos aquí analizados evidencian que, por 

la vía del mercado, la tendencia es cada vez más limitada y excluyente. La 

pregunta que hace Raquel y que se queda sin respuesta es: «¿qué sigue después 

de ese fracaso del mercado para el acceso de las mujeres a la tierra?»

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.

2. Las estructuras que sostienen las desigualdades en 

relación con el acceso a la tierra

Para que la población en condiciones de pobreza pueda tener acceso al uso, 

tenencia, gestión y propiedad de la tierra, priva una perspectiva familiarista, 

que hace invisibles a las mujeres, como sujetas del desarrollo, situándolas 

como carentes de capacidades de agencia, en condición de dependencia y 

como mediadoras del bienestar familiar. La familia nuclear biparental se 

impone como modelo universal, al asignar, por costumbre, la representación 

familiar exclusivamente en los hombres; situación que además de violar los 

derechos de las mujeres, ignora los cambios jurídicos que se han incorporado 

en las leyes del país –el Código Civil es un ejemplo de ello–, y desvinculada 

la realidad de miles de familias guatemaltecas que, como consecuencia de 

la migración, el conflicto armado interno y la irresponsabilidad paterna  

–un fenómeno creciente en el país–; son mujeres las responsables directas de 

las familias.

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 Raquel Vásquez, Entrevista. 5 de septiembre de 2013.

18

 ibid.