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Ileana Gómez Galo
Revista Estudios Sociales n.
o
83, ISSN 1409-4819, pp. 1-26
Los campesinos y sus formas de organización necesitan estar articulados
a la gobernanza territorial en la toma de decisiones, en la planificación
y construcción de visión de futuro, de manera que puedan actuar sobre
las diversas dinámicas territoriales en conjunto con otros actores, con el
objetivo de fortalecer el desarrollo territorial desde su base productiva.
La histórica marginalidad de la agricultura familiar puede cambiar
en la medida en que se potencia su rol productivo y se aprovecha la
diversidad que la caracteriza con mejores oportunidades para participar
en las dinámicas territoriales. Por ejemplo, mejores condiciones para la
movilidad urbano-rural y crecimiento de las ciudades intermedias, la mayor
importancia que adquieren los servicios ecosistémicos a raíz del cambio
climático, los cambios sociales ocurridos en la juventud rural respecto
a mejores habilidades y niveles de educación y, el repunte de las formas
de participación de las organizaciones de productores en la incidencia
en políticas. Estos aspectos contribuyen a incentivar nuevas formas de
inserción de la agricultura familiar, más equitativas en los territorios, al
considerar que su papel será, en el futuro, muy diferente de lo que ha sido
en las generaciones anteriores.
En una Centroamérica cuyos territorios rurales enfrentan enormes
incertidumbres por los cambios económicos y climáticos, la agricultura
familiar y sus actividades en el territorio son elementos vitales para la
gobernanza. Una agricultura familiar debidamente articulada con la
institucionalidad territorial aporta a la generación consensos y sinergias
sobre los procesos de desarrollo del territorio; además, promueve la
participación de jóvenes y mujeres, de las familias agricultoras, en
actividades comunitarias; así como espacios para la toma de decisión en
los planos familiares, comunitarios, municipales y territoriales. Dicha
articulación también incrementa el conocimiento local, rescata y valora la
identidad territorial, fomenta la innovación. Al ser un sector clave para
la gobernanza de los territorios rurales, puede conducir a la reducción
de conflictos, a procesos para la mejora en la asignación de recursos y, en
general, a la consecución de una mejor calidad de vida para una buena parte
de la población de la región.