Instituto de Investigación y Proyección sobre Dinámicas Globales y Territoriales

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Por ello es importante, a la luz de las diversas experiencias realizadas en los últimos años (1985-2013) —en 

especial el caso guatemalteco—, problematizar los verdaderos impactos que este ejercicio de “incidencia 

política” ha tenido. En este sentido es preciso cuestionar si los actores han logrado o no influenciar al 

poder político y con ello alcanzado sus intereses y aspiraciones; y si este ejercicio ha permitido potenciar 

el proceso de constitución del sujeto, lo que significaría que su capacidad de movilización y lucha (más 

allá de las paredes de la organización y la institucionalización del poder) ha contribuido a fortalecer su 

propia capacidad de autonomía y transformación o, si por el contrario, este ejercicio ha profundizado su 

subordinación y sujeción. 

De aquí la importancia de argumentar que este proceso de constitución del sujeto puede realizarse 

trascendiendo al actor, sin que necesariamente se abandone, constituyéndose el sujeto con la conciencia 

de esa relación dialéctica, pero solo en razón de que el sujeto realice su proceso de constitución. Como 

escribe Touraine: 

[…] hay que oponer al individuo consumidor de normas y de instituciones sociales, el individuo 

productor de esta vida social y sus cambios… el sujeto debe definirse atendiendo al actor social y 

a los conflictos sociales.

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Por lo anterior se resaltan los relatos que dan cuenta de los procesos identitarios que están en cuestión, en 

esta realidad compleja que significan los espacios de comunidades expulsoras de migrantes; especialmente 

porque en el territorio de origen es mayoritariamente indígena la población migrante, que está en procesos 

de auto-afirmación debido a la amenaza que significa la implantación de los proyectos extractivos, como se 

explicará más adelante. Mientras la experiencia migratoria les hace estar allá y acá, con una identidad que se 

va configurando trasnacional, esta experiencia de lucha por el territorio de sus comunidades les hace entrar 

en confrontación con sus identidades étnicas, así como reformular y resignificar su subjetividad, lo que 

puede estar configurando un sujeto de múltiples miradas e identidades, que puede enriquecer sus luchas y 

liderazgos. Esto sin el ánimo de idealizar este proceso, el de la migración como el de estos territorios, ya 

que hay que tomar en cuenta que este se da entre contradicciones e incertidumbres frente a un horizonte 

poco favorable para la realización plena de sus vidas.

En la investigación 

Voces indígenas del proceso electoral 2011

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 se explica que estos procesos de auto-afirmación 

de las identidades étnicas iban más allá de aquella que se afianzó en Guatemala después de 1992, con la 

conmemoración de los 500 años de colonización española y la definición de la “identidad política maya” 

que dio fuerza a los Acuerdos de Paz, porque incluían una búsqueda de reconocimiento y defensa de su 

identidad y derechos como pueblos originarios.

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 Esta nueva etapa se puede identificar a partir de 2005, 

cuando inician diversas “consultas comunitarias” en defensa de sus territorios, frente a la amenaza de los 

proyectos extractivos de minería, petróleo, hidroeléctricas y nuevos proyectos de agricultura extensiva, 

monocultivos de exportación. Aquí la categoría que más se refuerza es la de “pueblos indígenas”, 

reivindicando los orígenes étnico-territoriales y lingüísticos que serían las denominaciones de “pueblo 

mam, chuj, qˈanjobˈal, entre otras”; no lejos de la oleada de reivindicaciones en el sur del continente 

americano, especialmente de la refundación del Estado-nación en Bolivia que logró realizarse con la 

llegada de Evo Morales al poder. Toda esta dinámica de defensa del territorio, unida a una revalorización 

49 Alain Touraine, 

Crítica de la modernidad (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2000), 232.

50 Roldán, 

Voces indígenas, 1-143.

51 Acuerdo de Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas. Guatemala, 31 de marzo de 1995.