xviii

el aumento del desplazamiento interno, la violencia sistemática y la impunidad, ayudaron 
a que muchos de esos migrantes se hicieran conscientes de nuevo de que son refugiados, 
especialmente a partir de las caravanas iniciadas en octubre de 2018 en Honduras, y 
a las que se sumaron personas y familias salvadoreñas, nicaragüenses y guatemaltecas. 
Pero los retornos de hoy ya no muestran una victoria, como en 1993. Regresan con la 
sensación de fracaso –«otra vez a lo mismo»–, especialmente los deportados. Son más 
de 700 mil los eventos de deportación tanto vía aérea desde Estados Unidos como vía 
terrestre desde México, en estos diez años que abarca este estudio de Lizbeth Gramajo. 
Es cierto que una misma persona pudo haber vivido varios eventos en las estadísticas; 
aun así, es un fenómeno de gran magnitud.

Esas cifras adquieren mayor dramatismo cuando se descubre que el retorno va asociado 
muchas veces a una ruptura de la unidad familiar. En la mayoría de entrevistas que 
presenta la autora, estas consecuencias socioemocionales salen a la luz. Eso quiere 
decir que a la cifra de 700 mil eventos, hay que multiplicarla por un cierto número de 
miembros de la familia que ha quedado separada para descubrir la verdadera dimensión 
de las consecuencias de este fenómeno. La enseñanza de la Iglesia, sobre las migraciones, 
insiste en no considerar solo los derechos de la persona migrante, sino también los de su 
familia. Por ello se exige el derecho a migrar como familia y el derecho a la reunificación 
familiar. Aplicar este criterio a retornos y deportaciones implicaría unas leyes y políticas 
más humanas, dignas y sostenibles. En el Pacto Mundial para la Migración Segura, 
Ordenada y Regular aprobado por Naciones Unidas en diciembre de 2018, se recoge en el 
Objetivo 21 esta necesidad de la reunificación familiar, así como otras recomendaciones 
para el retorno (ONU, 2018).

Los cuatro verbos que el papa Francisco propone para atender las migraciones se deben de 
aplicar también a las personas que retornan, de modo que también a ellas hay que acoger, 
proteger, promover e integrar. La palabra clave para el retornado –reintegración– hace 
caer en la cuenta de que sin transformación de este sistema expulsor no es conveniente 
reintegrarse a él. El gran reto, por lo tanto, va más allá de acoger retornados. Se trata de 
que juntos transformemos este país para que pueda integrar a todas las personas que hoy 
son desechadas por la cultura del descarte de la que habla el papa Francisco.

Sin duda, esta obra va a ayudar a que en Guatemala se conozca esta realidad y se mejore el 
trato a todas esas personas que salieron del «sueño americano» y quieren ahora un sueño 
guatemalteco, un sueño como el que tenía Rafael Landívar. A pesar de que supo que