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PRÓLOGO

«La idea del retorno a la comunidad de origen está en el horizonte e imaginario de la 
mayoría de personas migrantes», afirma Lizbeth Gramajo en una excelente investigación 
publicada por esta universidad, que lleva el nombre de quien pasó sus últimos 26 años 
de vida con la idea del retorno. Rafael Landívar, expulsado de su país como muchos 
refugiados y migrantes forzados de hoy, pasó primero por México y luego terminó sus 
días en Bolonia. La ciudad donde nació y creció, Antigua Guatemala, había sido arrasada 
por un terremoto, pero su nostalgia nos dejó una gran obra literaria de confianza en 
Guatemala y en sus gentes. Convertir la melancolía en esperanza es también el reto de 
las personas que retornan voluntaria o forzadamente.

Esa esperanza está detrás de la investigación que nos ofrece la autora al exponer una 
realidad no solo muy actual y de magnitud creciente, como es el retorno a Guatemala 
de las personas migrantes, sino que encarna en gráficos, tablas, entrevistas y análisis, un 
fenómeno de enormes consecuencias socioeconómicas, emocionales y culturales. Ojalá 
que también políticas. Si las personas retornadas –de manera voluntaria o forzada– se 
implicaran públicamente en depurar la acción política de nuestro sistema clientelar y 
corrupto, a partir de una nueva conciencia de sujetos de transformación social, podríamos 
hablar de remesas políticas. No porque hayan conocido en los Estados Unidos la 
«verdadera» democracia –un sistema de representación más indirecto y mediatizado que 
el nuestro–, sino porque a la acción política se llega desde la indignación. Se afirma que 
son mejores agentes de cambio los retornados que han planificado su regreso, pero 
si la indignación también crea conciencia política los deportados también pueden ser 
agentes de cambio. Las mejores políticas han surgido de los que han sufrido atropellos 
a la dignidad.

Podríamos poner varios ejemplos, pero baste recordar que los retornados anteriores, en 
los años noventa, fueron la punta de lanza para que avanzaran las negociaciones que se 
plasmaron en los Acuerdos de Paz. El primer retorno llegó el 20 de enero de 1993 a su 
destino, después de recorrer el país como una victoria. Llamaron por ello a su comunidad 
«Victoria 20 de enero», en Ixcán, donde nos tocó compartir durante unos años las 
esperanzas de los primeros años del retorno. Esperanzas que al ser truncadas obligaron 
a nuevas salidas pocos años después: a México y a los Estados Unidos; ya no como 
refugiados, sino como migrantes. Con el paso de los años, la falta de políticas de desarrollo,