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Los caminos de la creación artística, procesos de vida

está sobrevalorada. El habla es un aspecto que se queda incompleto, mientras que el 
arte es universal, no necesita del idioma para que quien se expone a una obra, pueda 
comprenderla y sentirla en múltiples niveles. 

Según el autor, la obra de arte es un «hecho», acción dinámica y en constante cambio, 
que surge desde tres ejes: el eje X, las abscisas o ideas, centrado en lo conceptual. El eje 
Y: de las coordenadas, centrado en las sensaciones. El eje Z: de las alturas, centrado en 
lo energético, en las fuerzas puestas en juego. 

El eje conceptual se refiere a lo que se hace y cómo esta acción entra dentro de una 
corriente de ideas en un tiempo histórico determinado. Los valores conceptuales pueden 
ser intelectualizados y ser objeto de discusión.

En contraste, el eje sensible se refiere al placer, a la parte subjetiva. Aquí es el espacio 
donde se acaban las palabras y es necesario renunciar a la intención de conceptualizar: 
«A sentir se aprende sintiendo».

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El eje energético abarca dos tipos de energías internas: las genético-libidinales y las genésicas. 
Las primeras tienen relación con las fuerzas biológicas y las segundas, son «resonancias 
que aún permanecen de los procesos de creación universal que fueron dando lugar a los 
elementos químicos y fuerzas físicas de las que estamos hechos y a las que respondemos».

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Este componente contiene el grado de fuerza que permite poner en marcha el proceso 
creativo, la energía que le permite nacer. Este eje aporta los datos del conceptual y 
sensible. Aquí el tiempo juega un papel importante, la relación con el ritmo, la rapidez 
que permite la espontaneidad y la improvisación; el sentir más y pensar menos, en 
contraste con los procesos más reflexionados  que ocupan mayor cantidad de tiempo y 
donde entra el proceso intelectual y racional.

El autor presenta dos tesis que se demuestran vivencialmente:

 -«La obra de arte es una radiografía de los acondicionamientos energéticos de la persona 

que la produce, y el papel, la tela o la arcilla son las placas sensibles que las registran. 

18

  Kleiman, «Automatismo», 113.

19

  

Ibid.