69

Políticas migratorias estadounidenses y resistencias de los centroamericanos indocumentados en la era de Trump

En las antípodas, los veteranos de guerra que delinquieron

La categoría «dreamer» fue una construcción política, jurídica y mediática. En las batallas 
ideológicas, que saben echar mano de arquetipos con arrastres, la eficacia de esa etiqueta 
puede ser sopesada en contraste con las asociaciones de veteranos de guerra que se 
manifiestan cada domingo, luciendo sus flamantes uniformes militares y relucientes 
medallas, en la frontera de Tijuana, San Diego, así como en otros puntos de la guardarraya 
suroeste. El grupo más importante son los Veterans Without Borders, que en Tijuana 
está compuesto por treinta veteranos de guerra deportados por haber cometido algún 
delito. Todos eran residentes, todos se consideran ciudadanos con plenos derechos por 
haberse jugado el pellejo por los Estados Unidos, aunque ahora ni siquiera puedan cobrar 
su pensión militar ni acceder a beneficios médicos y seguro social. Piden una audiencia 
en la Casa Blanca. Según sus propias declaraciones, Alex Murillo sirvió en el ejército 
de 1996 a 2000, tiene 36 años, cuatro hijos (de 17, 14, 12 y 8 años) y vivía en Phoenix, 
Arizona, cuando fue deportado en 2006:

«Estamos deportados varios veteranos de diferentes países del mundo, pero 
somos americanos. Somos veteranos de la Fuerza Armada de los Estados Unidos. 
Pertenecemos a los Estados Unidos y debemos estar en casa. Ahorita estamos 
luchando para volver a nuestro país y con nuestras familias. El ejército se lava 
las manos, le echa la culpa al presidente o las leyes de migración. Lo que pasa 
es que cuando se comete un delito en que tu sentencia es más de 365 días y no 
eres ciudadano americano, eres deportado después de haber pagado tu deuda 
a la sociedad. Nosotros pagamos la deuda con la misma sociedad por la que 
estuvimos dispuestos a dar la vida como miembros de las fuerzas armadas».

Héctor López, veterano de 50 años, deportado en 2007, añade: «Nosotros, por ley 
federal, cuando nos muramos nos tienen que enterrar en un panteón de veteranos de 
Estados Unidos. Podremos volver muertos, pero no vivos». –Le pregunté: ¿En qué 
guerra luchó?– . Respondió: «En la de Reagan». –Nunca mejor dicho–, la guerra no 
pareció ser un asunto institucional de un Estado que un día les pidió jugarse la vida y 
ahora se desentiende.

Las distintas versiones de la Dream Act han pavimentado una vía hacia la residencia 
legal para que los inmigrantes no autorizados ingresen a la universidad o se enrolen en 
el ejército. Pero también en todas sus versiones incluyó la exigencia de buena conducta. 
Podían ser toleradas hasta dos faltas, pero la tercera falta o un solo delito bastaban