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Políticas migratorias estadounidenses y resistencias de los centroamericanos indocumentados en la era de Trump

El asunto es: ¿a qué migrante indocumentado se refería Time? El video no dejaba espacio 
para dudas: eran los dreamers. La etiqueta política se convirtió en etiqueta mediática. 
Numerosos medios de difusión social empezaron a hablar de los «Undocumented 
Americans» [Estadounidenses Indocumentados], un término del que no existe ninguna 
definición oficial, pero que la American Psychological Association difunde y explica 
mediante un lúcido video de diez minutos colgado en su sitio web. Estos «estadounidenses 
indocumentados» –ciudadanos informales, en proceso o informales– son un fragmento 
de los que el académico e inmigrante cubano Rubén Rumbaut

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 bautizó en los ochenta 

como la generación 1.5. Rumbaut y Alejandro Portes los describen como: «Nacidos en 
el extranjero, pero traídos a los Estados Unidos a temprana edad» y dicen que: «Son 
muy proclives a mantener la nacionalidad de sus padres como autoidentificación».  
Como estar en la escuela y no haber entrado a la pubertad son asideros relativamente 
flotantes, para efectos de análisis estadísticos Rumbaut los ubicó como migrantes que 
llegaron de 0 a los 12 años, la edad de arribo de ese investigador.

Esta etiqueta ha sido de gran utilidad analítica. Pero solo adquirió su capacidad al 
reaparecer –en una versión más restringida– como dreamers. De hecho, entre los 
académicos está muy establecida la asociación de la generación 1.5 con las pandillas 
juveniles. Tal y como han sido seleccionados por las distintas versiones de las Dream 
Acts
, los dreamers son el segmento «sano» de la generación 1.5. No obstante, aunque 
actuaran como un proceso de depuración, las sucesivas Dream Acts fueron también 
un proceso de politización. La generación 1.5 pasó de ser un concepto analítico a 
funcionar como una categoría sociopolítica que engendró un movimiento. Del enorme  
no-movimiento de los indocumentados, diseñadores de políticas, activistas, académicos 
y periodistas habían desgajado una fracción susceptible de tomar forma de movimiento.  
La etiqueta había creado al actor. Ese actor era capaz de suscitar mayor aceptación 
social que el conjunto de los indocumentados, porque condensaba una serie de valores 
compartidos, de rasgos del buen ciudadano y del migrante asimilado: esfuerzo, buena 
conducta, años de residencia, dominio del inglés, educados en el sistema estadounidense 
y, lo más importante, no haber infringido ni siquiera las leyes migratorias; pues fueron 
«forzados» a migrar por sus padres cuando ellos y ellas no podían oponerse.

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  Alejandro Portes y Rubén G. Rumbaut, Immigrant America. A Portrait (Berkeley, Los Angeles and 

London: University of California Press, 2006), 232.