63
Políticas migratorias estadounidenses y resistencias de los centroamericanos indocumentados en la era de Trump
Por tanto, la ley que California aprobó se presume que tendrá un efecto dominó en una
mano de obra más adecuada para los futuros retos de la economía, elevará el consumo
y proporcionará más impuestos.
Las Dream Acts crean una categoría: La etiqueta hace al actor
Entre los centroamericanos que se beneficiaron de DACA, está Sofía Villatoro,
guatemalteca de 26 años. Primero fue beneficiaria de la Convention Against Torture (CAT)
[Convención Contra la Tortura] y ahora lo es de DACA. Pero en 2005, para sorpresa de
sus maestras y condiscípulos, que la conocían ante todo como una estudiante dedicada y
destacada, estuvo a un paso de ser deportada. Su padre ingresó indocumentado en 1991,
Sofía lo hizo ocho años después. Llegó a los Estados Unidos a los nueve años, huyendo
de la violencia, enviada por su abuela sin más compañía que los coyotes a quienes les
pagó por su viaje y que la dejaron en la puerta de sus atónitos progenitores en el Mission
District de San Francisco. En 2005 su padre quiso montar su propia empresa de limpieza
de oficinas y restaurantes. Legalizarse era imprescindible y, para lograrlo pagó algunos
miles de dólares a unos tinterillos que hicieron un pésimo trabajo, dejando a Sofía a las
puertas de la deportación. Su caso llamó la atención del San Francisco Chronicle y el
reportaje que le dedicó atrajo una cadena de reacciones favorables.
Pero eso no solucionó todo el problema. Sólo era una de las 60 mil estudiantes
indocumentadas que cada año se gradúan de la secundaria. Entre las personas que
migraron desde Centroamérica, estaba en un grupo relativamente pequeño, el peso de
los centroamericanos con diploma de bachillerato: va desde el 21 % de los guatemaltecos
hasta el 26 % de los nicaragüenses y hondureños, pasando por el 25 % de los salvadoreños.
Muchos no tienen planes de ir a la universidad, Sofía tenía ese sueño desde pequeña.
En un comedor para el personal de la University of San Francisco, me relató el insólito
sendero hacia la educación superior:
«Siempre quise venir a esta universidad. Yo ayudaba a mi papa a trabajar y, de
camino al trabajo, pasaba por acá. Nosotros somos muy cristianos y por eso mi
papá me decía que, si quería esa escuela, Dios me la iba a proveer. Me decía: “Si tú
realmente crees, te reto a que te bajes y que vayas a orar junto a la pared”. –A Sofía
le daba vergüenza que se la quedaran mirando los transeúntes– «“¡Van a decir que
yo soy loca!” Yo tenía como 14 años, pero lo hice por varios años. Él paraba en
Fulton Street y yo me bajaba y ponía las manos en la pared: “Claro que voy a venir
a esta universidad. No sé cómo ni con qué dinero, porque no tengo los fondos,