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Instituto de Investigación y Proyección sobre Dinámicas Globales y Territoriales
Sin embargo, la iglesia tampoco es un perfecto melting pot, los blancos progresistas han
acogido en su misa dominical a los africanos. Los latinos tienen una misa aparte en
español. Quizás ese es el precio de hacer las cosas como «allá», en un idioma que solo
habla una minoría en Portland. La misa evoca, pero convoca de forma segregada. Tal vez
hay que pasar por esa primera etapa en la iglesia por múltiples razones, y habrá que dejar
a otros ámbitos, como la pupusería Flores Restaurant, propiedad de un matrimonio de
Chalatenango, la función de mezclar los grupos etarios, pues ahí los latinos se juntan con
blancos en busca de la ethnic cuisine y africanos que aseguran que los platillos salvadoreños
son muy parecidos a los de sus países.
Más inquietante es el hecho de la polisemia de esa ciudadanía global. ¿Es un trozo del
«ya pero todavía no»? ¿O un sedimento mal entendido del «dad al César lo que es del
César», tras el que se han parapetado por siglos distintas presunciones de apoliticidad
dentro de las iglesias cristianas? Esa ciudadanía global, ¿se obtiene por omisión o por
acción? ¿Es un logro activo o un pasivo dejar actuar otras fuerzas? Hay una fuerza y
un peligro en el hecho de que muchos líderes religiosos hagan caso omiso del genotipo
político-legal. Hay «caso omiso» activo y pasivo. Algunos simplemente se desentienden
del estatus indocumentado por pura inercia, desestimando esa condición legal que
permea tantos aspectos de la vida de sus feligreses. Una cosa es ignorarla y otra rechazar
el estigma o convertirlo en un emblema. Una actitud parte de desentenderse y la otra
de atender, una es pecado de omisión y otra virtud en acción. Aunque numerosos
efectos prácticos de las dos actitudes se parezcan, hay un abismo político entre ignorar
el estatus legal y tratar activamente a los indocumentados como si fueran ciudadanos.
Si llega la hora de enfrentar con mayor beligerancia a Trump, la diferencia entre ambas
actitudes se hará sentir.
De hecho, ya se hace sentir. Hay muchos líderes religiosos conservadores que trabajan
con indocumentados. En muchos aspectos podríamos decir que son «santos varones»
que no discriminan a sus fieles por su estatus migratorio. Así es para bien y para
mal. Los quieren tanto que les van inyectando un sistema de valores que comulga
con Trump y vomita a los líderes políticos más progresistas. El primer atisbo de este
hallazgo me lo suministró un guatemalteco mientras esperábamos a que repararan el
carro de Lito: «Aquí muchos latinos votaron por Trump. Les gusta lo que dice. O no
les gusta, pero les gusta menos lo que decía Clinton: eso del aborto, de los gais (…)
todo eso no les gusta a los latinos».