54

Instituto de Investigación y Proyección sobre Dinámicas Globales y Territoriales

Sin embargo, la iglesia tampoco es un perfecto melting pot, los blancos progresistas han 
acogido en su misa dominical a los africanos. Los latinos tienen una misa aparte en 
español. Quizás ese es el precio de hacer las cosas como «allá», en un idioma que solo 
habla una minoría en Portland. La misa evoca, pero convoca de forma segregada. Tal vez 
hay que pasar por esa primera etapa en la iglesia por múltiples razones, y habrá que dejar 
a otros ámbitos, como la pupusería Flores Restaurant, propiedad de un matrimonio de 
Chalatenango, la función de mezclar los grupos etarios, pues ahí los latinos se juntan con 
blancos en busca de la ethnic cuisine y africanos que aseguran que los platillos salvadoreños 
son muy parecidos a los de sus países.

Más inquietante es el hecho de la polisemia de esa ciudadanía global. ¿Es un trozo del 
«ya pero todavía no»? ¿O un sedimento mal entendido del «dad al César lo que es del 
César», tras el que se han parapetado por siglos distintas presunciones de apoliticidad 
dentro de las iglesias cristianas? Esa ciudadanía global, ¿se obtiene por omisión o por 
acción? ¿Es un logro activo o un pasivo dejar actuar otras fuerzas? Hay una fuerza y 
un peligro en el hecho de que muchos líderes religiosos hagan caso omiso del genotipo 
político-legal. Hay «caso omiso» activo y pasivo. Algunos simplemente se desentienden 
del estatus indocumentado por pura inercia, desestimando esa condición legal que 
permea tantos aspectos de la vida de sus feligreses. Una cosa es ignorarla y otra rechazar 
el estigma o convertirlo en un emblema. Una actitud parte de desentenderse y la otra 
de atender, una es pecado de omisión y otra virtud en acción. Aunque numerosos 
efectos prácticos de las dos actitudes se parezcan, hay un abismo político entre ignorar 
el estatus legal y tratar activamente a los indocumentados como si fueran ciudadanos. 
Si llega la hora de enfrentar con mayor beligerancia a Trump, la diferencia entre ambas 
actitudes se hará sentir. 

De hecho, ya se hace sentir. Hay muchos líderes religiosos conservadores que trabajan 
con indocumentados. En muchos aspectos podríamos decir que son «santos varones» 
que no discriminan a sus fieles por su estatus migratorio. Así es para bien y para 
mal. Los quieren tanto que les van inyectando un sistema de valores que comulga 
con Trump y vomita a los líderes políticos más progresistas. El primer atisbo de este 
hallazgo me lo suministró un guatemalteco mientras esperábamos a que repararan el 
carro de Lito: «Aquí muchos latinos votaron por Trump. Les gusta lo que dice. O no 
les gusta, pero les gusta menos lo que decía Clinton: eso del aborto, de los gais (…) 
todo eso no les gusta a los latinos».