49

Políticas migratorias estadounidenses y resistencias de los centroamericanos indocumentados en la era de Trump

Ahora Reynaldo trabaja con su hermano Julio Campos, que se vino de Maryland a 
aprender el oficio de gramero después de una década en restaurantes. Juntos han fortalecido 
la empresa que aquél fundó hace más de un lustro y han expandido la red de clientes a 
tal punto que no pueden darse un respiro en el verano, ocupados a más no poder con los 
clientes fijos y los eventuales. Reynaldo domina el inglés, alquila una bodega que mantiene 
llena de herramientas y se conoce todos los entresijos de la burocracia local, desde saber 
dónde botar la broza que saca de los jardines hasta cómo obtener un contrato con el 
gobierno de la ciudad para recoger las ramas que caen durante una tormenta.

Ahora está casado y tiene dos hijos. Demasiados cambios en tres años. No ha sido 
fiel a su lema de hacer las cosas a un ritmo suave, «Como masca la iguana», una frase 
que ya cruzó el atlántico y por la vía de los migrantes se está diseminando en España. 
Reynaldo tiene un optimismo a prueba de dinamita, que los miles de dólares que ha 
pagado en multas no han podido doblegar. Pasa junto a la policía y comenta: «Ya 
sacaron para los frijolitos. A nosotros nos toca más duro para ganarlos». –Gracias a la 
calidad de su trabajo, Reynaldo no tiene problemas para ganar clientes sino empleados–  
«Los jóvenes no quieren trabajar en esto. He traído algunos y después de una hora ya me 
están pidiendo comida, y a medio día se van porque no aguantan. Antes la gente era recia 
y ahora se aguacataron[se ablandaron]».

Salgo con ellos a trabajar con la firme intención de no ser como esos jóvenes aguacatados
Aunque me destinan a tareas no tan pesadas, para mí es muy duro seguir su compás. Me 
queda el consuelo de que, en todo caso, seré como esos viejos aguacatados por la edad y 
el trabajo de oficina. Cuando el cansancio aprieta, Reynaldo nos da ánimo: «Nosotros 
somos de plan y ladera. Somos todo terreno: valle y cerro». El premio de tanta agitación 
no tarda en llegar, los vecinos que pasan se acercan y lanzan comentarios elogiosos 
sobre nuestra labor. Mejor aún, dos potenciales clientes cerraron trato, uno de los cuales 
promete grandes contratos. Se dedica a comprar casas, arreglarlas y venderlas. Su única 
condición es que se le cumpla en la fecha acordada.

La calidad del trabajo de Reynaldo y sus mozos salta a la vista. Arreglar un jardín 
delantero es como estar en un escaparate, es por eso un teatro de la aceptación social. 
Los viandantes solo pueden ver nuestro fenotipo latino, no pueden ver el genotipo 
político-legal (el estatus migratorio), pero lo pueden sospechar. El abogado que nos 
contrató, un señor en sus 50 años, con porte distinguido y suaves maneras, sí que 
lo tiene claro. Quizás por eso al final pagó más de lo acordado y encima nos «tipeó» 
[de «tip», propina] con 20 dólares a cada uno. Hicimos un doble trabajo: el jardín y la