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En países como los nuestros la globalización resulta marginal y residual.  Marginal, porque no 
implica un crecimiento en el desarrollo de las industrias locales; porque no genera intensos 
procesos de desarrollo científico y técnico, y porque la integración económica se realiza sin 
considerar a fondo el tema de las asimetrías.  Residual, porque convierte a los países 
integrados en meros consumidores de productos culturalmente ajenos, en muchos casos, 
desechados por los países en donde se originaron dichas corrientes, y porque la acumulación 
de capitales no tiene carta de ciudadanía en los países (CIDECA y otros, 1999).  Pese a lo 
consignado anteriormente es importante destacar que la globalización también implica la 
asimilación de ciertos valores globales, destacando entre ellos: la democracia, los derechos 
humanos, la tolerancia, la pluralidad y el conocimiento de otras culturas. 
 
Cerca de 1.2 mil millones de personas, la quinta parte de la población mundial, viven en 
condiciones de “pobreza absoluta” subsistiendo con menos de US$ 1 al día. (PNUMA, 2000). 
Para las dos terceras partes de esta población menos favorecida, la mayoría mujeres y niños, 
la pobreza significa hambre, lo que conduce a desnutrición y a salud deficiente. La difícil 
situación de esta población es agravada por el daño al medio ambiente.   Guatemala muestra 
cifras alarmantes de pobreza. Más del 50% de la población es pobre en general, es decir que 
subsisten con menos de US$ 2 al día. 
 
En cuanto a la concentración de la tierra de vocación agrícola, el MAGA  (MAGA, 1998) 
estima que el 96% de los agricultores del país son de infrasubsistencia y de subsistencia, 
ocupando menos del 20% de la tierra fértil para la agricultura. Este grupo se ubica dentro o 
alrededor de regiones con el 57% de los bosques remanentes del país.  La agricultura sigue 
siendo el sector productivo con mayor importancia para Guatemala.  El 61% de la población 
habita en el área rural y depende de esta actividad para satisfacer sus necesidades de 
ingresos, la PEA agrícola constituye el 58.6% del total, es decir alrededor de 1.86 millones 
de personas laboran en el sector.    El 23.85% del PIB es generado en el sector agropecuario 
y aún aporta el 61.5% de las divisas por exportaciones.  Sin embargo, durante los últimos 
años ha experimentado una reducción de su importancia en la economía mundial y en las 
economías locales. La carencia de una estrategia de nación para predecir los cambios en este 
sector e internalizarlos convenientemente a nivel local nos hace  sumamente vulnerables 
como nación. Las cifras anteriores se convierten en las mejores referencias para 
dimensionar esta vulnerabilidad. No obstante e independientemente de su tamaño como 
sector, este sigue siendo estratégico para Guatemala. Diversos son los factores de 
competitividad que caracterizan a este país que adecuadamente manejados en el marco de 
estrategias de intensificación, diversificación (a nivel de agrosistemas, hogares y paisajes) y 
valor agregado, entre otros, pueden reestablecer economías fuertes que garanticen los 
suficientes medios de vida en el ámbito rural. 
 
No debe olvidarse que la población pobre de los países pobres es particularmente vulnerable 
a la globalización. Carecen del poder (político, de información, de mercadeo, de organización) 
para adaptarse a la integración mundial y sacar provecho de ella.  En países como los 
nuestros, donde se carece de serios y efectivos mecanismos compensatorios, las 
oportunidades simplemente se desvanecen.