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–como pienso yo– hay que reconocer que su rol social se va a 
modificar profundamente si no (pienso yo) radicalmente. 

Volviendo pues al tema, el escritor modernista/vanguardista 
latinoamericano tenía que exiliarse, tenía que viajar–si bien no 
todos pagaron el alto precio pagado por Asturias, precio que 
sigue pagando allá lejos en su tumba. No es un caso único –nadie 
es profeta en su tierra, etc. – pues es un caso grave, como veremos.

Entre 1954 y 1966 el suyo fue un exilio real, obligado. La invasión 
y golpe de estado de Castillo Armas demostró que todo lo que 
afirmaba Miguel Ángel Asturias en su Trilogía bananera –tan 
injustamente vilipendiada– era verdad; que Guatemala era 
realmente un país que Estados Unidos podía controlar por un 
siglo e invadir y subyugar en un weekend, cualquier fin de semana. 
Este, entonces, fue su exilio más honroso, el que de alguna manera 
enterró o camufló el exilio más vergonzoso (pero totalmente 
humano y comprensible), el interior de los años 1933-1946.

En 1966 y 1967 vuelve a Guatemala, después de muchos años, 
es nombrado embajador en París del gobierno de Méndez 
Montenegro, gana el Premio Lenin y el Premio Nobel. Y empieza a 
desaparecer. Yo lo leí, ya lo dije, en 1964 –El Señor Presidente, que 
deslumbró al joven estudiante que yo era– y lo conocí en 1967; así 
que he seguido muy de cerca este proceso.

En Guatemala no lo defiende ni la derecha ni la izquierda. El centro, 
como sabemos, casi no existe ni ha existido nunca en Centroamérica 
(excepto en Costa Rica, donde decir que no existe ni la derecha ni 
la izquierda sería una boutade pero no tan fantasiosa).

Lo defiende Francia, lo defiende Italia. Y hasta cierto punto, España. 
El “Boom” lo mata. Es el parricidio ya conocido. Si lo defienden a 
veces los jóvenes, ocasionalmente, defienden su pasado. Era un 
escritor bueno hacía mucho tiempo (antes de ser embajador del 
gobierno de Méndez Montenegro…). Hombres de maíz era una