81

en general. Pero el caso Asturias me ha convencido de que en el 
fondo, por ahora, y a pesar de todo, un escritor necesita un país. 
Asturias aún no tiene un país, ni en la realidad de la geografía ni 
siquiera en la historia literaria. Irónicamente ahora, después de 
la publicación de Asturias, casi novela, de Luis Cardoza y Aragón, 
libro brillante pero ambivalente –aunque no más ambivalente 
que la relación entre ellos dos– me parece que el camino se ha 
limpiado mucho, a pesar de su ambivalencia, y que es el primer 
paso en un viaje tal vez muy largo hacia la reconciliación.

Los exilios de Miguel Ángel Asturias… Asturias quiso ser 
representante de un país marginal. Cosa difícil. De un país híbrido, 
incluso esquizofrénico. También cosa difícil. Quiso convertir un 
país de “indios” y “ladinos” en un país “mestizo”. (De haber existido 
en su época el concepto de “multiculturalismo”, seguramente 
habría optado por un país multicultural: es decir, por un país 
mestizo, pero un mestizaje no jerarquizado: ese fue siempre su 
objetivo final. Pero para conseguirlo era necesario conseguir la 
plena dignidad de todos los elementos humanos, los ingredientes 
éticos y culturales de semejante crisol. Y eso implicaba comenzar 
con el subalterno más subalterno, el “indio” o, como ahora se 
autodesignan (y me parece muy bien, por lo menos desde el 
punto de vista simbólico), el “maya”.

Asturias, como muchos de nosotros sin duda –hombres mucho más 
que mujeres, también indudablemente– fue un exiliado psíquico 
mucho antes de exiliarse físicamente. Fue un exiliado de la infancia, 
de la mamá, del origen. Nostalgias quizás pequeñoburguesas. 
Pero como todos los latinoamericanos, siempre, descubrió más 
tarde lo que nosotros, europeos, solo estamos descubriendo 
ahora, que todo ser humano es un exiliado porque las identidades 
y las genealogías son precarias y no homogéneas, y los orígenes 
se construyen, no se reconstruyen.