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en general. Pero el caso Asturias me ha convencido de que en el
fondo, por ahora, y a pesar de todo, un escritor necesita un país.
Asturias aún no tiene un país, ni en la realidad de la geografía ni
siquiera en la historia literaria. Irónicamente ahora, después de
la publicación de Asturias, casi novela, de Luis Cardoza y Aragón,
libro brillante pero ambivalente –aunque no más ambivalente
que la relación entre ellos dos– me parece que el camino se ha
limpiado mucho, a pesar de su ambivalencia, y que es el primer
paso en un viaje tal vez muy largo hacia la reconciliación.
Los exilios de Miguel Ángel Asturias… Asturias quiso ser
representante de un país marginal. Cosa difícil. De un país híbrido,
incluso esquizofrénico. También cosa difícil. Quiso convertir un
país de “indios” y “ladinos” en un país “mestizo”. (De haber existido
en su época el concepto de “multiculturalismo”, seguramente
habría optado por un país multicultural: es decir, por un país
mestizo, pero un mestizaje no jerarquizado: ese fue siempre su
objetivo final. Pero para conseguirlo era necesario conseguir la
plena dignidad de todos los elementos humanos, los ingredientes
éticos y culturales de semejante crisol. Y eso implicaba comenzar
con el subalterno más subalterno, el “indio” o, como ahora se
autodesignan (y me parece muy bien, por lo menos desde el
punto de vista simbólico), el “maya”.
Asturias, como muchos de nosotros sin duda –hombres mucho más
que mujeres, también indudablemente– fue un exiliado psíquico
mucho antes de exiliarse físicamente. Fue un exiliado de la infancia,
de la mamá, del origen. Nostalgias quizás pequeñoburguesas.
Pero como todos los latinoamericanos, siempre, descubrió más
tarde lo que nosotros, europeos, solo estamos descubriendo
ahora, que todo ser humano es un exiliado porque las identidades
y las genealogías son precarias y no homogéneas, y los orígenes
se construyen, no se reconstruyen.