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mismo que está aquí con nosotros esta noche [Giuseppe Bellini].
Inmediatamente después fui a París a visitar al escritor que ya
para entonces llegaba al final de cuatro años muy difíciles en la
Embajada. Le dije que quería emprender la traducción al inglés
de mi novela favorita, Hombres de maíz. Él, siempre tan generoso
con los jóvenes, me dijo que sí. Pensé: “¿Ahora qué vas a hacer?”
En 1972 fui invitado a participar en la preparación de sus obras
completas por el escritor mismo y por otro estudioso italiano
residente en París, quien también está con nosotros esta noche
[Amos Segala]. Sucedió que el escritor había decidido donar sus
manuscritos y demás archivos a la Biblioteca Nacional de París.
Mis súplicas infantiles se escucharon y me asignaron la edición
crítica de Hombres de maíz.
Parte de la idea de la nueva serie era que los coordinadores de cada
tomo de las obras completas tendrían el inestimable privilegio de
hablar con el autor sobre la inspiración y las fuentes de la obra. Yo
fui a París en mayo de 1974 con ese propósito; pero el italiano ese
me atajó diciéndome que el escritor se había enfermado en Madrid
y me mandaba decir que lo esperara ahí en su apartamento y que,
mientras tanto, trabajara en su archivo personal para no perder mi
tiempo. Pasé una semana inolvidable en ese santo lugar, 23 horas
al día, entre descubrimientos fantásticos y noticias angustiosas,
una semana que nunca olvidaré. Finalmente el italiano tuvo que
decirme que el escritor no volvería pronto y regresé a Londres.
El escritor murió poco después.
También debió morir el joven italiano porque también estaba
enfermo de gravedad. Si hubiera muerto, el gran escritor
guatemalteco habría seguido siendo grande pero ninguno
de nosotros estaría aquí esta noche porque ni la gran obra de
recopilación de materiales se habría proseguido de la misma
manera ni la empresa de producir ediciones críticas se habría
llevado a cabo ni a nadie se le habría ocurrido prolongar la