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a pasar un año en Bolivia como profesor de inglés (en un colegio
de día y en un sindicato de noche). Compré libros del escritor
guatemalteco y los leí allí en Bolivia. Fue poco más de un año
antes de la llegada del Che Guevara al país andino. Sabía que ese
guatemalteco había escrito un libro titulado Hombres de maíz y
por el título intuía que era mi libro, mi libro sobre mi nuevo mundo.
Buscaba ese libro en Bolivia pero no lo encontraba, así que yo leí
Mulata de tal, publicado en 1963, antes de leer Hombres de maíz,
publicado en 1949. (Cuando la leí finalmente, en 1966, decidí, en
seguida, que merecía estar, indudablemente, entre los libros más
importantes del siglo XX. Aún no ha llegado.) Volví a Londres a
mediados de 1966. Al no más llegar leí, incrédulo, en un periódico
francés, que el escritor guatemalteco, antes exiliado, ahora iba a
ser embajador de Guatemala en París. ¡Tan cerca!
Fui a Edimburgo y comencé el doctorado. En mayo de 1967,
y nuevamente en septiembre del mismo año, el escritor viajó
a Inglaterra para la publicación de una serie de traducciones al
inglés (entre ellas Mulata de tal). Fui a Londres y lo conocí a él y a
su esposa, Blanquita, aquella argentina de energía inagotable que
tanta influencia tuvo sobre él; y tuve el privilegio de ser su guía en
Londres. Un mes más tarde vino la noticia maravillosa: Guatemala
ya tenía Premio Nobel.
En 1969 vine a Guatemala con mi esposa. Pasé dos meses en la
vieja casa de la familia del escritor, gracias a la hospitalidad de su
hermano Marco Antonio, su esposa y sus cuatro hijos. Mientras
tanto, en vez de conocer al país conocí la Hemeroteca Nacional.
Yo no era nadie y era muy joven pero su director, Rigoberto Bran
Azmitia, me dio facilidades y ayuda que nunca he olvidado.
En 1970 terminé mi doctorado sobre Asturias. Ya para entonces
me daba cuenta de que no existían muchos críticos dedicados a
la obra de ese escritor: el primero y el más importante, sin lugar
a dudas, fue un profesor italiano de la Universidad de Milán, el