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primera vez ese diálogo, y tratemos de encontrar, allí, un habla
supuestamente indígena.
—¿Y qué dijo el curandero...?
—Que mañana volverá al rancho.
—¿A qué?
—A que uno de nosotros beba el peyotle para averiguar quién
tiene embrujada a mi nana, y ver lo que se hace, porque el hipo,
dice, no es enfermedad, sino hechizo, hechizo de grillo.
—Lo beberés vos.
—Sigún. Más mejor sería que lo bebiera Calistro, que es el
hermano mayor. Mesmo tal vez lo mande el curandero.
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La mayor tentación, aquí, es la de entrar en el análisis de las
variantes filológicas, pero el planteamiento central de este
trabajo no nos autoriza a hacerlo. Vayamos, pues, a las cuestiones
lingüísticas. Resulta evidente que “el borrador”, que dará lugar al
texto final, es mucho más plano. Su lenguaje es casi burocrático.
Hay un préstamo lingüístico de lenguas indígenas: “peyotle”, del
náhuatl “peyotl”, ya aceptado por la RAE en su acepción “peyote”. Y
“nana” que podría creerse como procedente de lenguas indígenas,
es, en realidad, vocablo hispánico que indica a la madre. Su aparición
en las lenguas indígenas pareciera ser un préstamo del español.
No hay particularidades fonéticas ni morfológico-sintácticas.
Hay tres cuestiones léxicas: “beberés”, por “beberás”; “sigún”,
por “según” y “mesmo” por “mismo”. “Beberés” presenta un
deslizamiento vocálico: “e” por “a” (en efecto, en la redacción final,
Asturias escribe: “beberás”). Tal deslizamiento vocálico sigue la
tendencia de atenuar el sonido de la vocal cerca de “s” final, cuando
esta “s” es particularmente prolongada: [beber
á
s] y el oído traduce
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Miguel Ángel Asturias, Hombres de maíz, 253.