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La participación de Bienvenido en este acto de creación onírico-
telúrico confirma la necesidad del personaje de remitir su
búsqueda de la identidad a un tiempo anterior al del trencito
de los Alcaravanes. En folios posteriores, el protagonista inicia el
recorrido de una larga senda, hacia “el final de un caminito pintado
en la campiña como el colocho de un pan de culebra, un hombre
que venía a su encuentro.” “Y caminó, y camino y camino…”
(de nuevo la ambivalencia entre el uso de la tercera persona del
pretérito, el sustantivo, y la primera persona del presente) “Estuvo
andando mucho tiempo (…) en un rico baul de terciopelo. Las
mismas piedras le besaban los pies. No había ni una sombra. Y
camino y camino y camino”. “Andar y andar y cuando iba mas
alla de la mitad del camino, mil pajaros formaron un concierto
en sus oidos.”
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La culminación del periplo es la llegada al volcán,
que a una orden de Bienvenido entra en erupción: “sacudiendo
su modorra de siglos, despertó, de un solo golpe, tres emisarios
desnudos. –¡C U M P L A S E!– les dijo, y los tres a un mismo tiempo
levantaron los parpados de piedra, con la garganta llena de
sonidos, capacitados para tronchar un barco entre sus brazos y
levantar una catedral sobre sus hombros.”
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(¿Quién da esta orden?
¿El propio Bienvenido? ¿El volcán?) Y concluye: “cuando estuvo
solo vivió el símbolo, dice el símbolo “Huvo en un siglo un día
que duró muchos siglos.” La tierra estaba ciega, caían las estrellas
rotas en sus manos abiertas. Por todos los caminos se llegaba a la
muerte”.
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Como en el “Ahora que me acuerdo” de las Leyendas, en
esta versión del viaje iniciático la psicosis simbólica de Bienvenido
le lleva a la búsqueda desesperada de una verdad originaria. El
encuentro con el volcán es el encuentro con ese origen que es
a la vez fuerza de destrucción y resurrección, fuerza de origen y
símbolo. Es a partir de aquí, de esta aprehensión de los secretos de
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