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En el borrador DSC03055 aparece una visión que aparece titulada
como “Leyenda del Volcán”. En ella se da la caída de Bienvenido
a un espacio de caos originario: “cayó sobre las piedras tibias. El
torrente salpicaba el cielo de agua negra, pasando junto a él los
brazos extendidos, del agua que iban arrancando arboles y peñas.”
Y sigue: “Pasaban en aquel río de sombras, arboles enteros con las
raices erizadas, como manos abiertas, peñas luminosas dejando
una huella estelar sobre las aguas, cadáveres de animales que iban
viendo, como si fueran en un ferrocarril avelocidades imposibles.”
Más adelante: “Bosques enteros se habian vertido de la altura de
las montañas sobre el valle. Las montañas se desarrajaron para
dejar sus entrañas abiertas, palpitando sobre la inmensidad del
cielo. Y de las entrañas de la montaña salieron el silencio y la
muerte calzados con zandalia de fuego”. Aquí aparece otra vez la
imagen del volcán, pero más sencilla: “Era un volcan, un volcan, un
volcan… ¿Pero donde estaba?....”
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La incógnita del origen es entonces geográfica. La pregunta no
es clara: ¿Dónde estaba el volcán, o dónde estaba Bienvenido?
Esta desorientación invita al lector a considerar la relación entre
ubicación e identidad, y anima el sentido de búsqueda iniciática
que se encuentra en el corazón del mito: “A sus pies se desdoblo
una campiña sin horizontes, aterciopelada y clarísima. Caía
menuda lluvia, luego dejó de caer y las hojas esponjaron; una
luminosa respiracion tembló sobre la tierra.”
El folio siguiente nos presenta la imagen del Símbolo: “después,
con las palpitaciones de su vida vivio el Símbolo, dice el Símbolo:
“Hubo en un siglo un día que duró muchos siglos.’” Y en un párrafo
escrito a mano: “Y luego a grandes saltos principiaron a huir las
piedras, a dar contra las ceibas, y las Ceibas a caer como gallinas
muertas.”
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