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eleva sus cátedras de Derecho y Medicina, y la sociedad elegante, 
sus salones mundanos de esparcimiento y corrupción.

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Esta jerarquía urbana define la cultura burguesa como un espacio 
de valores superficiales y materialistas, intrascendentes, donde se 
hacen patentes los ecos de la crítica al provincianismo, cultivado 
por la generación española del 98, y que se advierte también 
en cierta crítica a la tradición abúlica: “los alcaravanesenses son 
gente inofensiva, pacífica y hospitalaria. Es un pueblo que maneja 
con mucha habilidad el duelo nacional.”

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Al contrario que el pueblo al que llega la carreta en la “Guatemala” 
de las Leyendas, en la que el presente está construido sobre 
numerosas capas de un pasado complejo hiladas por la 
imaginación (el Cuco de los Sueños), la capital de los Alcaravanes 
es un espacio, de nuevo, superficial, que a pesar del esplendor 
de su naturaleza tiene un pasado sangriento y carece de historia: 
“La ciudad tiene un aspecto militar que aterroriza. Sus árboles 
gomosos lloran sobre sus piedras muertas. Es una atalaya. Es un 
andamiaje. Casas que tiraron para matar águilas desde la planicie. 
A sus pies ruedan los ecos por las ojaladuras de los carros. Sus 
noches son espléndidas.”

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Esta descripción entre espantosa y bucólica se repite en otro de 
los folios en relación a un pueblo al que llega un viajero que habla 
en tercera persona: 

“Las casas se ven desde la montaña, como una neblina que recibe 
un suave resplandor de sol. Que urgencia de llegar tenemos, 
llegar para quitarnos el saco, tirar el sombrero en cualquier parte 
y enseguida… enseguida… enseguida no saber que hacer. Pero 
lleguemos, ya habrá una abuela, ya habrá una novia…” Y continúa: 

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