23
"Adelante, en el centro, frente al altar mayor, en un reclinatorio
oían aquella misa de réquiem, la Mulata de tal, vestida de novia
muerta, y Celestino Yumí, aquel ricachón con el que sólo se casó
por lo civil, en la Feria de San Martín Chile Verde, y que ahora,
de cuerpo presente de puercoespín, la tomaba por esposa al
grito de ¡Al engendro hoy! Que resonaba en las calles vacías, la
enterraba todas las púas del deleite en la carne prieta, en plena
iglesia, durante la misa de esponsales que era funeral, punzadas
a las que la mulata, bella como la espalda de la luna, respondía
con un pasear los ojos en blanco por los rostros de los brujos
masticadores de ajo, ruda, tabaco, chile, barbasco, asida a la bestia
marital que no suavizaba sus cerdas, sino las endurecía más y más
punzantes en el refirate del juego amoroso, en que para ella, de
los huesos áureos de Yumí, salían las espinas luminosas… de qué
sol tan intenso… de qué luz tan profunda…
–Esta es mi hora de cielo– exclama ella, feliz–, mi extraña hora de
cielo!– sin importarle la atmósfera quebrada por la proximidad
del gusano eclipse. La perdió la presencia de Yumí. Nunca debió
emplearla el diablo del Cielo (¿por qué lo haría?) para enfrentarla (¿la
luz apartada, a medianoche, el eclipse?) para enfrentarla con su ma…
(deshizo la palabra) maldoblestar… eso era Yumí… su maldoblestar
su doble para no estar bien… la castigarían… lo merecía…
El sacristán, Jerónimo de la Degollación, mientras tanto, se ataba
todos los cordeles de los badajos de las campanas a las muñecas,
como si fuera a tirar mulas de la lengua y tocaba a entredicho.
¡¡¡Tierrapaulita!!!
¡¡¡Tierrapaulita, levántate!!!
¡¡¡Tierrapaulita, despierta!!!" [209-210]
Nuevamente observamos la manera en la que el narrador va
construyendo una imagen sexual grotesca y violenta, tanto a