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“Le echó mano en seguida, metiéndole los dedos, como 
peineta, por detrás de la nuca, entre el pelo” [40-41]. Lo anterior 
es un ejemplo de la complejidad de un discurso de carácter 
pluridimensional en donde todo se muestra como parte de 
un intrincado tejido, y esto sin ni siquiera haber mencionado la 
dimensión cultural del fragmento en cuestión, y sin profundizar 
tampoco en la ambigüedad del discurso, que desencadena 
múltiples niveles de significación, como luego veremos.

Ya mencioné antes que la definición del personaje de la Mulata 
queda establecida a partir de su sexualidad, y ésta es una estrategia 
textual en la que se insiste de una manera inusitada

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 y que luego 

se repetirá, con diversas variantes, en otros personajes femeninos, 
por ejemplo la enana Huasanga es descrita como “aquella 
mujer hedionda a pecados carnales” [134], Giroma es la “mujer 
machorra”, [137] cuando se menciona a la Llorona se habla del 
“vello mortuorio de su pubis de huérfana” [180], etc. Por otro lado 
la sexualidad se ve representada en el texto de las maneras más 
diversas, casi siempre como la expresión de deseos insatisfechos 
o de simples imposibilidades, como se puede observar a través 
de la siguiente lista parcial de algunos de los diferentes tipos de 
relaciones tratadas en Mulata de tal:

Yumí y la mulata no pueden tener relaciones sexuales, pues 
ésta se niega a mostrársele de frente. Aunque esto tiene una 
incuestionable relación con la mitología indígena, no deja de ser 
la expresión de una imposibilidad humana dentro del universo 
narrativo de la novela

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.

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 En la literatura guatemalteca posiblemente solo el personaje de la Virgen de la 

Concepción, de El tiempo principia en Xibalbá, de Luis de Lión (Guatemala: Artemis y 
Edinter, 1996) llega a compararse con el de los personajes femeninos de Mulata de tal, en 
cuanto al peso dado a la sexualidad como elemento central de su personalidad narrativa.

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 “Fundamentalmente, Mulata es una variación del mito de la luna y el sol”, le comentó 

Asturias a Luis Harss [1966, 123]. Según este mito, la Luna siempre está de espaldas al Sol