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aparentemente desconectada, convirtiendo la lectura de la novela
en todo un reto para muchos lectores, aún para aquéllos que
están acostumbrados a los juegos discursivos de otros escritores
latinoamericanos. Asturias, a partir de la destrucción construye
un universo estético en donde nada es estable, ni el espacio
geográfico, ni la apariencia física, ni las reacciones emocionales
de los personajes, y mucho menos la estructura y el lenguaje de la
novela, en Mulata de tal Asturias nos da “la impresión de estar en
un mundo alucinante”, como afirma Giuseppe Bellini, al relacionar
tan certeramente está novela con Los sueños de Quevedo
7
,
especialmente cuando examina las coincidencias de ambos
escritores en torno al “prodigioso juego de fantasía”, la “atmósfera
de pecado que domina toda la obra, el hervidero de demonios”,
las distorsiones y la dimensión lúdica del lenguaje
8
.
Pero en lo que se toca a la violencia Asturias no es un caso aislado,
sería redundante tratar de demostrar aquí algo que ha sido obvio
desde los inicios de la literatura latinoamericana, me refiero
a la insistencia en el tema de la violencia
9
. En este sentido en
realidad no habría nada que inventar desde la crudeza de muchas
descripciones de las primeras crónicas hasta la exasperación de
la narrativa contemporánea, la literatura hispanoamericana ha
funcionado en innumerables ocasiones como el espejo de una
sociedad marcada por la historia y que ha sido forzada a convivir
con la violencia. Esta “estética de la violencia”, entonces, no es
nada nuevo, y tampoco lo es dentro del universo asturiano, sin
7
Giuseppe Bellini. “Tres momentos quevedescos en la obra de Miguel Ángel Asturias”,
“Rassegna Iberistica”, 16, 1983: 3-19.
8
Bellini, “Tres momentos…”, 3-19.
9
Ariel Dorfman, en Imaginación y violencia en América Latina, Santiago de Chile: Editorial
Universitaria, 1970, analiza las diferentes manifestaciones de la violencia en la narrativa
hispanoamericana. Dorfman distingue entre “violencia vertical y social”, “violencia
horizontal e individual” y “violencia narrativa”, y sería interesante analizar en qué medida
Mulata de tal se ajusta a este esquema.