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El señor Nicho navegaba en el mar junto a María Tecún, tal como 
él era, un pobre ser humano, y al mismo tiempo andaba en 
forma de Coyote por la Cumbre de María Tecún, acompañando 
al Curandero-Venado de las Siete-Rozas… (Asturias, 1992, p. 278)

A través de estas dualidades y paralelismos, principalmente en 
el contraste que se produce entre las imágenes y revelaciones 
que parecen desbarrancarse al final del último episodio y el 
epílogo, queda al descubierto la ideología expresada en el texto: 
por una parte, la riqueza simbólica de los grupos indígenas que 
se manifiesta en sus mitos, creencias y conservación de valores 
ancestrales, siendo estos trascendentes para la preservación de 
la cultura; por otro, la pobreza material de ese mismo sector de 
la población, debido a la dominación –y exclusión– a la que se 
ven sometidos en el plano concreto de la realidad guatemalteca 
“ladinizada” que los deshumaniza al hacerlos parte de la 
maquinaria de comercialización del maíz: “Viejos, niños, hombres y 
mujeres, se volvían hormigas después de la cosecha, para acarrear 
maíz; hormigas, hormigas, hormigas, hormigas…” (Asturias, 1992, 
p. 281). En tal contexto, creencias como las del nahual parecieran 
funcionar, al menos para Asturias en esta novela, como recursos 
liberadores de la identidad que es oprimida en su dimensión 
humana bajo los patrones del sistema capitalista occidental.

La presencia de la palabra y cosmovisión indígena en Hombres 
de maíz
 es innegable como nudo discursivo destinado a enlazar 
y trascender ambos textualismo y sociologismo a la hora de su 
lectura, más que en el caso de cualquier otro relato del Nobel-
laureado guatemalteco: es decir, como “mundo cerrado” –o 
precisamente por serlo– la novela no puede leerse en un vacío 
ideológico, pero tampoco considerarla como una apropiación de 
fuentes –es decir, como ejercicio intelectualmente colonizador– 
para proyectar una visión folklórica, entre exótica y oscura, de 
lo que en concreto es una compleja problemática dada por el