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tierra de muerto en las entrañas de sus mujeres y sus hijas; y que 
sus descendientes y los espineros se abracen. Ante vuestra faz sea 
dicho, ante vuestra faz apagamos en los conductores del veneno 
blanco y en sus hijos y en sus nietos y en todos sus descendientes, 
por generaciones de generaciones, la luz de las tribus, la luz de la 
prole, la luz de los hijos, nosotros, los cabezas amarillas, nosotros, 
cimas de pedernal, moradores de tierras móviles de piel de 
venada virgen (…), que le sacamos al maíz el ojo de colibrí de 
fuego, ante vuestra faz sea dicho, porque dieron muerte al que 
había logrado echar el lazo de su palabra al incendio que andaba 
suelto en las montañas de Ilóm, llevarlo a su casa y amarrarlo en 
su casa, para que no acabaran con los árboles trabajando a favor 
de los maiceros negociantes y medieros…’ (Asturias, 1992, p. 26)

Esta cita, aunque extensa, es importante en cuanto nos 
permite ver recursos retóricos propios de la oralidad y 
característicos de los textos sagrados precolombinos, pero que 
a su vez coincidentemente remiten a mecanismos poéticos 
que encuentran explicación en la cultura occidental, como por 
ejemplo las repeticiones o anáforas, o los encabalgamientos, entre 
otras figuras sintácticas, y luego imágenes en el plano semántico 
como la sinécdoque y la personificación, entre otras, que dan 
fuerza y tinte mítico-religioso a este conjuro de los brujos dentro 
de la ficción. En el desplazamiento oscilatorio del mito a la poesía 
y viceversa es donde se articula el discurso novedoso y de leyes 
propias de la novela. 

Asimismo, volviendo al tema de las fuentes sobre las que se 
teje el texto contemporáneo, no se puede dejar de notar entre 
ellas la presencia de las crónicas; presencia recortada también 
en cuanto a lo que estas comunican o informan sobre la cultura 
indígena. Especialmente pueden encontrarse pasajes de gran 
similitud con lo narrado por fray Bernardino de Sahagún en su