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Menchú: “El maíz es el centro de todo, es nuestra cultura”
(Burgos Debray, 1983, pp. 109-110) o “se le dice al niño que se va
a alimentar de maíz y desde luego, está formado de maíz ya que
su madre comió maíz cuando el niño se formó” (idem, p. 49)
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. Por
ello, no es casual que con el recuerdo de estas leyes ancestrales se
inicie la trama ficcional.
Así, son las voces ancestrales que emanan de las profundidades de
la tierra, las que abren el relato en diálogo, para recordar y ordenar
a Gaspar Ilóm, entre sueños, que debe luchar contra los maiceros,
ladinos transgresores de la ley mítica, quienes no solo comercian
con el maíz, sino que destruyen los bosques, también sagrados,
para tener más tierra de la que usufructuar y obtener ganancia
material. El cacique parece en las primeras páginas estar cayendo
también en las redes de la comodidad capitalista o la sumisión,
y las voces lo despiertan a luchar. Entonces, se hace explícita la
tensión entre lo sagrado y la acción humana “ladinizada” (quema
de árboles, siembra indiscriminada para comerciar, etc.) en el
enunciado que asociamos con la voz del cacique:
El mata-palo es malo, pero el maicero es peor. El mata-palo seca
un árbol en años. El maicero con solo pegarle fuego a la roza acaba
con el palerío en pocas horas. Y qué palerío. Maderas preciosas
por lo preciosas. Palos medicinales en montón. Como la guerrilla
con los hombres en la guerra, así acaba el maicero con los palos.
Humo, braza, cenizal. Y si fuera por comer. Por negocio. Y si fuera
por cuenta propia, pero a medias en la ganancia con el patrón
y a veces ni siquiera a medias. El maíz empobrece la tierra y no
enriquece a ninguno. Ni al patrón ni al mediero. Sembrado para
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Refiero aquí y en bibliografía a “Burgos Debray” como “autora” porque tal es como circuló
la edición original utilizada de 1983 y premiada por Casa de las Américas. No cabe en este
ensayo entrar en la polémica sobre la autoría (que ya he tratado en otras publicaciones),
pero sí aclarar que Rigoberta Menchú, más allá de quien haya figurado en la portada, es la
voz enunciadora del discurso y como tal quien tiene “autoridad” sobre las palabras.