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Discursos de origen o el origen del discurso

Ya desde su epígrafe (“Aquí la mujer/yo el dormido”), 
probablemente extraído del último verso del “Canto de 
Atamalcualoyan”, según aclara Martin en sus notas a la edición de 
Archivos (Asturias, 1992, p. 282)

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, la novela tiende lazos de unión 

con textos de origen precolombino recopilados y traducidos 
en época de la conquista (e incluso mucho más tardíamente), 
así como con tradiciones indígenas que continúan vigentes, 
habiendo sido algunas de ellas registradas por los cronistas. Tales 
lazos no son siempre producto, como en este caso del epígrafe, del 
recorte e incorporación directa, por medio de cita o glosa de otro 
texto, sino que parecen, en general, perfectamente imbricados 
en el discurso novelístico, funcionando como interdiscurso.

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 Si 

bien me interesa particularmente el aspecto semántico y luego 
ideológico de esa interdiscursividad, puede notarse que se trata 
de una relación dada en todos los planos de Hombres de maíz
donde otras voces y textualidades se hilvanan para formar el 
intricado tejido ficcional resultante.

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 Nótese que, sin embargo, se trata de una interpretación puesto que entre los versos 

finales del “Canto de Atamalcualoyan” según la traducción de Garibay (“–¡Ya con mi 
mano hago dar vuelta a la mujer, / yo soy el acostador!”, Garibay, 17) y el epígrafe existe 
una diferencia considerable. Por ejemplo, mientras “yo, el dormido” indica pasividad del 
sujeto, resulta todo lo contrario en la versión de Garibay, donde el sujeto es un “hacedor”, 
un agente con poder sobre otros (la mujer explícitamente). Esto, por supuesto, daría 
para un extenso trabajo no sólo sobre el rol de los textos indígenas, sino sobre género. 
Solo acotaremos aquí que si según Garibay, el fin refiere al “concúbito sacro” (ibidem), lo 
que hace más interesante la versión de Asturias (si en efecto se trata del canto) es que 
este creador (dios u hombre) retratado en Hombres de maíz, lo haría en sueños y no por 
voluntad “consciente”, poniendo sobre el tapete desde el inicio la cuestión no solo de lo 
mítico y sagrado indígena, sino de lo surreal en la novela.

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 Sigo aquí la definición de interdiscurso de Dominique Mainguenaeau (1980)  

–originalmente teorizada por su maestro Michel Pecheux– que supone la adopción  
(o “apropiación”) de materiales discursivos de otras fuentes/enunciados, que son 
textualizados en el nuevo discurso, refuncionalizándose de diversas maneras en la 
obra resultante.