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El autor refuncionaliza la anécdota hasta convertirla en el conflicto
planteado a todo lo largo de la pieza teatral, pero en este caso
para una pareja de la modernidad.
La similitud en las dos intrigas está relacionada por la castración.
La princesa Chalchiuhnenetzin –esposa de Nazahualpilli y señora
de Tezcoco– daba órdenes de asesinar a sus amantes, luego
mandaba hacer estatuas de sus figuras o retratos y los colocaba
en una pieza real como sus dioses protectores. León-Portilla cita
de las crónicas prehispánicas lo siguiente, acerca de la reina:
Y fueron tantas las estatuas de los que así mató, que casi cogió toda
la sala a la redonda. Y al rey cuando iba a visitar y le preguntaba
por aquella estatuas, le respondía que eran sus dioses.
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Fanta, por su lado, va colocando los sombreros de los amantes en
una capotera; hacia el final el espectador observará cómo junto a los
sombreros de aquellos amantes van cayendo las cabezas también:
En lo más desesperante de su risa de colegiala, empiezan a caer de los
sombreros y tocados que cuelgan de la capotera, las cabezas de sus
dueños, todos decapitados (p. 790).
La anécdota de la princesa azteca se convirtió a lo largo de la
historia de la literatura hispanoamericana en tema perfecto para las
representaciones satánicas de la mujer dentro de la modernidad.
La primera noticia de este sórdido pasaje se encuentra recabado
en las crónicas de Ixtlilxóchitl, quien como dice José León-Portilla:
[…] refiere el episodio, ejemplo de intriga palaciega,
de tanto sabor e interés humano que más de un autor
moderno lo ha vuelto a relatar, como es el caso de Salvador
de Madariaga en su Corazón de piedra verde.
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144
Miguel León-Portilla, op. cit., p. 92.
145
Ibid., p. 91.