139
En el caso de la Guatemala del siglo veinte, el objeto de deseo
de Asturias, por lo que puede desprenderse del análisis de su
obra entera, no es el indio o la cultura indígena, ni el ladino o el
europeo y la cultura occidental, vistos como polaridades, sino
es la articulación balanceada y democrática de sus diferencias.
En este sentido, lo que Asturias y todos los ladinos e indígenas
(que él representa) tienen reprimido es la autorización paterna de
apropiarse de ambas culturas.
En otras palabras, no solo lo indígena está reprimido en el
ladino sino también lo europeo, por eso lo desea. Y no solo lo
ladino está reprimido en el indígena sino también lo indígena,
por eso lo desea, especialmente ahora, en forma de políticas de
identidad y movimientos etnicistas esencialistas que construyen
lo indígena como lo “maya” deseable. De aquí se desprende que
plantear el asunto en polaridades que solo reconocen contenidos
positivos en la cultura indígena, implica –al negarle positividad
de contenidos a la ladinidad– postular una concepción idealizada
del pueblo y de lo popular indígena que no se corresponde con
la realidad social (en la que podemos fácilmente constatar una
factualidad más rica y complicada, tanto en los ámbitos de la
indianidad como en los de la ladinidad).
Esta concepción idealizada del pueblo tampoco la tuvo Asturias,
como queda ilustrado en Mulata de Tal, por eso no cae nunca en la
facilona cuanto pater(mater)nal “defensa” del “pueblo” o del indio.
En efecto, en esta novela, su autor, lejos de actuar y actuarse a sí
mismo como indígena o como ladino, asume lo que Lacan llamó
passage à l’acte. La diferencia, en palabras de Žižek, es la siguiente:
“actuar (acting out) es todavía un acto simbólico, un acto dirigido al
gran Otro... [mientras que] passage à l’acte implica, por el contrario,
una salida del sistema simbólico, una disolución del vínculo social”
(p. 139). Lo que a su vez implica una identificación con el “síntoma
anómalo”, con la especificidad que se abstrae o sustrae.