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llegó impetuosamente hasta el indio en quien estaba encarnado
Candanga, el diablo cristiano, tratando, con el pretexto de
presentarle la bacinilla, de despojarlo de sus atributos varoniles;
pero éste, en menos de lo que la capa parpadeó sobre su persona,
soltó una espina por cada picadura de viruela transformándose en
un puercoespín feroz. (p. 207)
Hombres penetrados por mujeres, ladinos por indios, seres
humanos por animales, y viceversa: ausencia de identidades
compactas, deseo de ellas, pero en clave diferente a las polaridades
que ahora se pulverizan en este paroxismo transfigurador y
transubstanciador, eso es la materia prima de este colorido infierno.
La misma expresión “de tal”, que da título al libro, denota un sujeto
abstracto, el cual puede o no tener identidad compacta; así, la
Mulata es una fulana de tal, a la vez abstracta y concreta, individual
y masificada, un ser de identidades negociables y renovables,
como todos los demás personajes de la historia, los cuales le
sirven a Asturias para definir su objeto de deseo ideológico: un
sujeto popular interétnico, intercultural e interidentitario para su
país, para América Latina y, quizás, para el mundo; un sujeto que,
después de asumirse como tal en su infernalidad, pueda aspirar
con plena conciencia a una calidad distinta de humanidad.
Por ello, en la última parte de la novela, cuando ocurre el
apocalipsis que mata y destruye todo, el mismo tiene también un
valor regenerativo, explícito en el verso final, en el que los niños
son ya seres cualitativamente superiores, cuyo objeto de deseo es
ya solo (y nada menos que) el azul del cielo infinito. Es decir, un
nuevo espacio utópico situado más allá de las polaridades binarias.
En lo referido específicamente a la cultura o, mejor, a las culturas
que están implícitas en el eje transfiguracional y transubstanciador
que articula la narración, no existe en Asturias una opción por lo
indígena o lo ladino, por lo occidental o por lo precolombino.