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La narración arranca con la renuncia de Yumí al amor –por el
dinero que es hojas de maíz y diablo–, todo lo cual es a su vez
desperdicio, excremento e infierno, perdición. Pero como la
perdición asumida es la condición necesaria de la redención y la
resurrección, la historia es una alegorización del camino iniciático
del héroe cultural y político que puede ser también Asturias, esta
vez ya no autoungido en la imaginación, como en Leyendas de
Guatemala, sino en la personal experiencia genuina del dolor.
Prieto (p. 216) atribuye un “poder regenerativo” a la lógica
carnavalesca (bakhtiniana) que articula las acciones narradas,
lo cual apunta a la públicamente asumida preocupación
asturiana de la renovación social, humana. Por eso, dice, Asturias
intenta constantemente trascender los límites impuestos. En
el plano identitario, esta idea tendría que ver con el constante
transfiguracionismo visto como dinámica regenerativa que busca,
mediante la muerte como precondición del renacimiento, la
superación de las identidades polarizadas en un sujeto compacto
que no sea ni lo uno ni lo otro y que a la vez no deje de ser ni
lo uno ni lo otro. Por eso es que, a diferencia de García Márquez,
quien retrata a muchos personajes con el mismo nombre, “el
autor de Mulata de Tal retrata los mismos personajes con muchos
nombres, en una total negación de la identidad, una pérdida
de ser que emana de una falta de especificidad” (Prieto, p. 221).
Agregaríamos: una total negación de la identidad polarizada.
Si bien es cierto que “la pérdida de identidad es la maldición de
todos los personajes de la alegoría de Asturias”, hay que decir
también que se trata de una pérdida regenerativa, ya que todos “se
hallan involucrados en un constante proceso de transformación”
(p. 222). Los ejemplos para ilustrar esto son abundantísimos, al
extremo de que constituyen el eje de la narración misma, y se
desarrollan así:
Demoníaco, delirante, alucinado, el sacristán, no otra que la
mismísima Mulata de Tal, cortó el relato y abriéndose de capa se